Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

miércoles, 26 de febrero de 2014

SUSURRANTES.



La gente volvió a salir a la calle con la cara cubierta. Cualquier método era válido siempre y cuando sus rasgos identificativos no quedaran al descubierto. Resultaba llamativo ver a todo el mundo cubriéndose la boca y hablando en voz baja, susurrando. Ocurría desde el último carnaval. Al día siguiente del entierro de la sardina fueron solo unos pocos, hasta que el temor se fue extendiendo y todos asumieron que aquello era la única forma de poder salir de casa con cierta intimidad.

En aquella ciudad era como si el carnaval no hubiera acabado nunca. Ataviados con máscaras y antifaces sus habitantes parecían estar siempre de fiesta. Pero los motivos eran muy distintos. Desde que multiplicaron por mil el número de cámaras instaladas por todas las calles ningún rincón quedó libre de ser espiado. Esto al principio no causó tanta alarma como saber que detrás de las cámaras había policías entrenados en la lectura de los labios, y a aquella ambigua ley que proclamaba: “Cualquier cosa que digas podrá ser utilizada en tu contra”, pues a partir de entonces los habitantes de aquella ciudad siempre estaban bajo sospecha.




martes, 18 de febrero de 2014

CUANDO LA RUTINA SE QUIEBRA.



Otro día más, piensa Mario al levantarse. Mario tiene 80 años y se siente cada vez más inútil, sobre todo desde la última operación de rodilla. Su enorme cuerpo pesa demasiado para tan desgastadas articulaciones. Los más de cincuenta años de trabajo en la construcción le han dejado muchas secuelas, por dentro y por fuera. Menos mal que Petra está siempre cerca, siempre pendiente. Petra es la mujer de Mario, a la que sigue queriendo tal vez por necesidad o por rutina, pero qué más da a estas alturas de la vida. Esto último lo piensa Mario a menudo. Pero últimamente trata de no pensar demasiado. Tan solo dejar pasar el tiempo y esperar.
Sí, es un día más en la vida de Mario, pero hoy la mañana  escupe un grito que se ahoga contra el silencio de una radio que no debiera estar apagada. Todavía en pijama espera a que Petra le sirva el desayuno. Pero lleva más de una hora sentado junto a la mesa de la cocina y Petra no enciende la radio, no pone a calentar la leche. Hoy no se levantó antes que él.

A la hora en la que el sol calienta con la rutinaria violencia de un día de verano, Mario todavía espera a que su mujer le sirva el desayuno, le ayude a vestirse, a asearse. Pero Petra permanece aún en la cama, en silencio. Mario seguirá esperando.



miércoles, 12 de febrero de 2014

NO MIRES A LOS OJOS DE LA GENTE.

                                                   
                                                        Ilustración de Sara Lew

Era sábado de carnaval. Una mujer se acercó y me pidió que la invitara a una copa. Comenzó a hablar mientras bebíamos. Prácticamente no coincidíamos en nada pero, a pesar de ello, establecimos una conexión de algún modo amistosa. Había algo en su aspecto que me resultaba atractivo y eso a pesar de la máscara que también cubría su rostro. Yo apenas abrí la boca en toda la noche mientras ella hablaba y hablaba. Fui perdiendo interés por lo que decía, hasta que un comentario suyo me provocó un escalofrío que recorrió mi garganta a la vez que el trago de gin-tonic. Fue cuando dijo que tenía un don especial para descubrir demonios. Según ella, bastaba con mirar a los ojos, comprobar que no eran del mismo color y que en sus pupilas se apreciara algo parecido al dibujo de una estrella. De pronto quise marcharme de allí. Aquella mujer, aquel bar de copas me estaban produciendo náuseas. Me despedí lo más cordialmente que me fue posible. Antes de salir de aquel tugurio me fui directo al baño. Frente al espejo me quité la máscara y las lentillas. Desde entonces no dejo que nadie me mire a los ojos.

Podéis leerlo también en http://estanochetecuento.com/