Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

martes, 23 de noviembre de 2010

Brujuleando.

Brujuleando por la procelosa mar de las hondas cibernéticas me he encontrado con la reseña literaria de un poeta argentino, cuya lectura de algunos de sus versos me ha sorprendido y maravillado en partes iguales. Como no conocía de su existencia me ha resultado más agradable si cabe dar con él. Es lo que tiene navegar sin rumbo fijo, a la deriva, en busca de lo que esta mar tan eléctrica va dejando como regalo a todo aquél, que de manera intrépida y con la intención de llevar siempre las redes prestas, se adentre en aguas profundas más allá de cualquier horizonte.

Ladrillos de la belleza
De Manuel Graña Etcheverry.

Dentro de tu cabeza,
que tiene pocos centímetros de diámetro,
cabe un megaparsec,
o sea más de tres millones de años luz,
y algo más de doscientos mil siriómetros
(y no importa que me haya equivocado
en las cuentas).


Tú puedes fraccionar esa distancia
en kilómetros, en metros, y hasta en micromicrones.


Puedes reducir todas las cosas
a porciones minúsculas:
los cuerpos a moléculas,
y a átomos,
y escandir más allá, hasta mínimas nadas.


También puedes fraccionar los volúmenes
y expresarlos con números y exponentes.


Puedes desmenuzar
el ritmo de una melodía,
o de un verso,
y reducirlos a esas partes componentes
cuya sucesión te produce
aquella necesidad de retorno de que hablan los tratadistas.


Pero dime, tú que buscas los gránulos mínimos,
los componentes básicos,
los menudos ladrillos invisibles
de las cosas,
dime cuál es la menor partícula,
cuál es aquel ingrediente
primigenio e infracelular
que sumado a otro
y a un puñado de iguales -o distintos-
hace resplandecer de pronto la belleza
en la forma de un rostro,
de un cuadro o de una estatua
o de un poco de tinta en un papel.


Y ahora una breve reseña del autor:

Manuel Graña Etcheverry nació en Córdoba, Argentina, en 1915. Abogado, poeta, traductor y crítico literario. Entre su obra se distingue Poemas para físicos nucleares, El ritmo del verso, La poética de Juan Filloy en Balumba, Defensa de la gramática tradicional contra la lingüística moderna, Ensayos divertidos (que no sirven absolutamente para nada), entre muchos otros títulos. Destacan muy especialmente sus traducciones de la obra completa de Carlos Drummond de Andrade.

Y para finalizar, unos poquitos versos más:

Primero el mundo
se va poblando
de padres, hermanos,
amigos, mujeres,
de gente, aventuras,
una esposa, hijos.


Pero poco a poco,
o de golpe
te vas quedando solo.


Transitoriamente,
o accidentalmente,
insensiblemente
te vas quedando solo.


Los otros poco a poco se alejan.
Unos mueren,
otros se disgustan contigo.


Tus hijos se casan,
o se cansan de ti
(el mundo se les abre:
quieren recorrer su cielo
creyendo que diferirá del tuyo,
así como tú creías que tu vida
sería única, diferente
-y, en rigor, lo fue-).


Finalmente,
los otros se van yendo,
y quedas solo.


De cualquier manera,
quedas solo.


Y no sabías,
que ya venías quedando solo,
desde el principio.

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