Pensamientos, reflexiones, relatos y demás desvaríos desde la Inopia.
Welcome to the Inopia.
Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.
No maldigo la
Navidad porque sí, solo que hoy es martes veinticuatro de diciembre y sigo sin
saber nada de ti. Tampoco odio a mi familia, es solo que no estoy acostumbrado
a verlos durante tanto tiempo y desde ayer convivo con okupas. Su compañía
acentúa mi incompatibilidad familiar profundizando aún más si cabe mi sensación
de desarraigo. Y no es que me acongoje esa sensación, porque desentendido desde
hace tiempo de todo sentido de la responsabilidad, al menos puedo agradecerle a
la jodida Navidad que me recuerde todo lo que aborrezco. Tampoco es que sea un
proscrito social, es tan solo que ya hay demasiado sentimiento artificial para
andar amando sin conocimiento, así que prefiero abrazar la soledad.
Inmerso en una
catarsis febril, escribo bajo el aire acondicionado, en pleno diciembre, con un
gramo de paracetamol en digestión, sintiendo el acompasado ritmo de mi músculo
torácico y entregado por completo al consecuente delirio. Bajo esta perspectiva
solo necesito dos cosas: la última foto que te tomé desnuda, sin que tú lo
supieras, y un bourbon con hielo. Al mirar la foto creo recordar que la cámara
con la que fue tomada era un regalo tuyo por Navidad.
Puede que mañana lo mandara todo al carajo, pero hoy no, más cuando la
buena suerte parecía estar de su parte. Con tres ases y una escalera de color
en las dos últimas partidas creía haber empezado por fin su buena racha y necesitaba
dinero, necesitaba ganar más partidas, necesitaba la compañía del buen fario un
poco más, no podía abandonarle ahora que la suerte le había tomado de la mano.
Del póker paso al blackjack, luego a los dados… La noche iba viento en popa
por lo que decidió probar fortuna con la ruleta rusa. Giró el cargador
aproximando el cañón a su cabeza, contó hasta tres y apretó el gatillo. Su dinero
y su vida apostados a una sola bala. Quizás fuera hoy...
2. SIN NINGÚN ATISBO DE ARREPENTIMIENTO.
Quizás mañana cuando el mañana no existe es el peor de los insultos, le
dijo al tipo que le sirvió un menú compuesto de caviar ruso y mousse de pato.
Había pedido también champagne francés y una botella de Imperial Gran Reserva
del 2004. Pero estas dos últimas cosas no habían sido concedidas. Mientras
comía no trataba de pensar en nada, pero era imposible no masticar pasados,
presentes y futuros junto al mousse de pato. Toda una vida digerida en una última
comida antes del punto y final. Sus últimos pensamientos mientras comía fueron
para el tipo que se cruzó en su camino en un momento inoportuno. Y ahora estaba
aquí, en la celda 128, degustando un exquisito manjar sin ningún atisbo de
arrepentimiento.
3. ELLA DUERME DESNUDA.
Estoy cansada, anda duérmete cariño. Eso fue lo que me dijo antes de
girarse en la cama y darme la espalda. Me quedé mirando al techo como casi
siempre. Lo malo es que a oscuras no se ve un carajo. No podía dormirme así que
decidí soñar despierto. Soñaba que era joven y que la mujer que dormía a mi
lado también lo era. Y que hacíamos el amor en la cama, en el sofá, en la
cocina, en el baño, en el coche, en el ascensor… ¡Joder!, era maravilloso. Lo
que no acabo de entender, y me tiene algo desconcertado, es por qué desde hace algún
tiempo ella siempre duerme desnuda.
4. PLATOS ROTOS.
Mejor venga
otro día, hoy no hay nada que ofrecerle. Cuando llegaba mi turno siempre
escuchaba lo mismo. Con una jodida retahíla de excusas vagas e inconsistentes
me negaban el pan y la vida. Y así un día tras otro, una empresa tras otra, una
negativa tras otra. Una mañana me harté de tanta falsedad, agarré mi escopeta
de caza y apunté a aquel tipo hasta que se lo hizo encima. Sé que no tenía
culpa de nada pero alguien tenía que pagar los platos rotos. Pero no lo hice,
mi desesperación daba para eso y para más pero mi orgullo y mi dignidad pisaron
el freno otra vez. Al menos ahora tengo un techo y trabajo: soy el encargado de
planchar la ropa en la lavandería de la cárcel.
5.
EL JUGADOR NÚMERO CINCO.
En torno a una
mesa cuatro jugadores aguardan su turno. Intentan no cruzar sus miradas. Todos miran
al hombre que toma el arma con su mano izquierda y acaricia el cañón unas
cuantas veces antes de colocárselo junto en la sien. Cuando sin cerrar los ojos
aprieta el gatillo su pulso no se altera, al contrario, tanto es así que su
frialdad y seguridad en sí mismo asustan más si cabe al resto de jugadores. Es
tal la confianza que desprende que vuelve a disparar una vez más y otra hasta
que en el cargador solo queda una bala. Un sudor frío recorre las caras de sus
oponentes pero el jugador número cinco sigue impasible. Sin decir nada recoge
el dinero ganado y se marcha con cierta prisa. Los otros cuatro jugadores
comentan a su marcha que por lo visto alguien importante le espera en un cruce
de caminos.
Dos varones, cuarenta y cinco años de
edad más o menos, acaban de salir del restaurante donde su empresa ha celebrado
la cena de Navidad, deciden tomar un par de copas en un sitio de moda donde un
amigo de uno de ellos les ha contado que hay unas go-go dancer de muerte bailando
dentro de una jaula. No se lo piensan dos veces y deciden ir. Paran un taxi,
son algo más de las doce de la noche. Al garito hacia donde se dirigen está en
la zona centro de la ciudad. Una vez allí, piden un par de gin tonic mientras
observan a una de las chicas.
-Mira como baila la condenada. Parece que
lleva instalada una batería en el culo.
-Joder tío. Está buenísima.
-Ahí, metida en esa jaula y con esa ropa
a quién no le “pone”.
-Que está tremenda no hay duda, pero
igual luego es una jodida analfabeta.
-Puede ser, pero a un buen culo no le
hace falta dictar clases de filosofía.
-Coño, ya lo sé pero imagínate que logras
presentarte, la invitas a un par de copas, la convences para sacarla de este
antro y que te acompañe a tu casa a tomar otra copa ¿me sigues, no?
-Te sigo.
-Bien, tomáis la copa, unas risas, te
acercas más a ella en el sofá, le susurras al oído algo bonito y zas, estáis en
la cama follando como campeones. Bien hasta ahí todo bien. Pero después del
polvo encendéis un cigarro y surge la conversación. Y resulta que es una puta
analfabeta, coño, una ignorante total y absoluta tonta del culo.
-Joder, y para eso tanta historia. Mira
Pablo, si te enrollas a una tía cañón no es para que te de clases particulares
de teoría cuántica ni para que te diga su opinión sobre el bosón de Higgs
¿entiendes?
-Claro que te entiendo, Jaime. Pero no
sé, no todo es sexo.
-Ya, entonces a qué coño hemos venido a
esta discoteca donde ni nos gusta la música, ni el ambiente, ni mucho menos los
licores de garrafón que sirven.
-La verdad es que desde que entramos por
la puerta ando algo perdido al respecto.
-Hombre, teniendo en cuenta que somos dos
carcamales que pasamos de los 45, hasta ahí todo encaja ¿no crees?
-Putas cenas y copas de Navidad . Por qué
terminaremos siempre siendo tan patéticos.
Es noche cerrada, hace frío, cierta
neblina cubre la calle Beale. Los luminosos de los bares forman una amalgama
colorida y chispeante que intenta reclamar la atención de los caminantes. El
Rum Boogie´s y el Coyote Ugly saloon centellean quizás un poco más que el
resto. Al final de la calle se encuentra el Blues City Memphis, un pequeño club
entre cuyas paredes todavía resuenan los ecos de los viejos bluesman del
pasado. Hoy ya en decadencia mantiene un encanto añejo y misterioso difícil de
explicar. En su interior un tipo bebe solo sentado en una banqueta junto a la
barra. En un pequeño escenario tres músicos desgarran un viejo blues. El que
viste de negro y toca la guitarra también canta. Tras un trago de bourbon, el
hombre que bebe solo comenta algo al camarero.
-Ese tipo toca la guitarra como si
estuviera ausente. Como si no hubiera nadie en la sala más que él y su
guitarra.
-Sí, desde hace algún tiempo es como si
estuviera en otra parte. Eso sí, su manera de tocar no ha cambiado. Sigue
siendo tan auténtica como siempre. No he escuchado a nadie tocar blues como a
él. Lástima que ese carácter tan especial le haya apartado siempre de la gente
que maneja el negocio de la música. Bueno su carácter y… ¿Le pongo otro
bourbon?
-Sí, póngame otro, pero esta vez que sea
doble.
-Está bien. Aquí tiene.
-¿Siempre viste de negro?
-No, antes era un tipo que aunque de
carácter fuerte parecía llevarse bien con todo el mundo. Hasta que de repente se volvió irascible y
solitario. Creo que fue por lo que le pasó con aquella mujer.
-¿Cómo dice?
-Bueno, perdió la cabeza, y creo que algo
más importante, por ella. No había nada ni nadie que pudiera interponerse entre
él y esa mujer. Para después pasar lo que pasó… Hija de la gran puta. Si
hubiera sabido desde el principio que era una zorra de lujo. Una jodida
ninfómana devora hombres. Dicen que llegó a tirarse a cinco tíos delante de su
geta en las orgías en las que participaban. Además, volaba demasiado alto para
un tipo como Jeff…
-Continúe, por favor, muero por saber
cómo termina la historia.
-¿Es usted periodista?
-No, no. Tan solo un amante del blues.
-Bueno, ella le dejó por un productor
musical, entonces Jeff enloqueció. Quería matar a ese tipo. Su música dejó de
sonar igual que antes, comenzó a beber más de lo que su cada vez más maltrecho
cuerpo podía aguantar. Ya nadie quería tocar con él. Sus manos quedaron
paralizadas. Pero al cabo del tiempo volvió a recuperar su forma de tocar. Desde
aquello ya no se le ve con mujeres, siempre solo. Creo que ya solo toca aquí,
en esta sala, no habla con nadie ni antes ni después de cada concierto, toca el
repertorio y se marcha sin decir ni una palabra. Todas las noches se repite la
misma historia. Pero hay algo curioso que ocurre noche tras noche. El
repertorio cambia más o menos después de cada sesión, pero una canción nunca
falla: Evil, ese viejo blues de
Willie Dixon.
-Vaya, parece una historia interesante,
cargada de cierto misterio ¿no le parece?
-Sí, misterio es todo lo que rodea a
Jeff. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó después de que aquella mujer lo
abandonara. Hay quien dice que vendió su alma al diablo para recuperar su
genuino toque de guitarra. Qué estupidez ¿verdad? ¿Quién demonios podría creer
semejante historia? Pero ya sabe, por aquí esas cosas son bastante comunes.
-Bueno, el miedo hace creer en lo increíble
amigo.
-Si claro, quizás sea eso, el miedo.
-Por cierto ¿podría decirle a Jeff que le
espero en su camerino al término del concierto?
-¿De parte de quién?
-Dígale que un viejo conocido ha venido a
cobrarse su deuda.