No maldigo la
Navidad porque sí, solo que hoy es martes veinticuatro de diciembre y sigo sin
saber nada de ti. Tampoco odio a mi familia, es solo que no estoy acostumbrado
a verlos durante tanto tiempo y desde ayer convivo con okupas. Su compañía
acentúa mi incompatibilidad familiar profundizando aún más si cabe mi sensación
de desarraigo. Y no es que me acongoje esa sensación, porque desentendido desde
hace tiempo de todo sentido de la responsabilidad, al menos puedo agradecerle a
la jodida Navidad que me recuerde todo lo que aborrezco. Tampoco es que sea un
proscrito social, es tan solo que ya hay demasiado sentimiento artificial para
andar amando sin conocimiento, así que prefiero abrazar la soledad.
Inmerso en una
catarsis febril, escribo bajo el aire acondicionado, en pleno diciembre, con un
gramo de paracetamol en digestión, sintiendo el acompasado ritmo de mi músculo
torácico y entregado por completo al consecuente delirio. Bajo esta perspectiva
solo necesito dos cosas: la última foto que te tomé desnuda, sin que tú lo
supieras, y un bourbon con hielo. Al mirar la foto creo recordar que la cámara
con la que fue tomada era un regalo tuyo por Navidad.
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