Le gustaba inventar lugares imaginarios.
Su última invención fue un país poblado solo por mujeres. Lo llamó el Imperio
de Safo. Safo es una isla cubierta de vegetación tropical y de clima cálido
todo el año. Más allá de sus fronteras solo hay agua salada, pues está en medio
del océano, por eso es tan difícil llegar, por eso y porque dicho país no
existe en ninguna carta de navegación. Imaginó también que las mujeres
safolianas eran algo gordas y de tetas grandes, más o menos a imagen y
semejanza de cómo recordaba a su madre. Imaginó también, que en uno de sus
muchos viajes arribó su velero en aquella isla y que una mujer safoliana se
enamoró de él y que accedió a acompañarla a su cabaña. Allí imaginó que la
comía el cuerpo a besos hasta llegar a su pubis, que lamió despacio hasta
hacerla gemir de placer.
Como todos los imperios, un día Safo dejó
de existir. Ocurrió una mañana gris cuando encontraron sin vida al hombre que
soñaba despierto, tapado con cartones, sobre un banco del parque. Solo los que
acostumbraban a escuchar sus historias lograron entender el por qué de esa
extraña sonrisa dibujada en su rostro.
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