Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

miércoles, 28 de septiembre de 2011

INDIFERENCIA.

Vivimos en una época de indiferencia generalizada porque ya nadie siente nada por nadie que le sea ajeno, guardamos nuestros más puros sentimientos solo para nuestros más allegados, el resto nos resulta indiferente. Recluidos en una burbuja después de dimitir del mundo nos aislamos de aquello que nos pueda provocar dolor, y no me refiero al físico me refiero a otro que no se cura con analgésicos: el de nuestra conciencia.

Etimológicamente la palabra indiferencia nos traslada a un ámbito donde desaparecen las fronteras y con ellas las distinciones. A partir de aquí todo da lo mismo. Nos instalamos en un lugar indeterminado donde se confunde la libertad con el despotismo, el bien con el mal, la violencia con la dulzura. Por eso la indiferencia es complaciente con la pobreza extrema, el abuso de poder, la violencia, la frialdad. Y así, el indiferente se instala en una existencia plana donde no necesita cuestionarse el sentido de las cosas para no tener que tomar partido. Pues la opaca telaraña de la indiferencia obtura la sensibilidad con la que percibimos el mundo impidiéndonos esbozar cualquier pensamiento crítico. Ser indiferente, pues, es como si perdiéramos parte de nuestra humanidad.

En 1999, Elie Wiesel (premio Nobel de la Paz, 1986) en un discurso pronunciado en Washington con el título de “Los peligros de la indiferencia” nos advierte de lo peligroso que resulta traspasar la delgada línea que separa el compromiso con lo humano de la neutralidad más indolente:

“¿Qué es indiferencia? Etimológicamente, la palabra significa “no hay diferencia.” Un estado extraño e innatural en el cual, las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal, se funden.

¿Cuáles son sus cursos y sus inescapables consecuencias? ¿Es una filosofía? ¿Es concebible una filosofía de la indiferencia? ¿Puede uno ver la indiferencia como virtud? ¿Es necesario, de vez en cuando, practicarla, simplemente para conservar nuestra sanidad, vivir normalmente, disfrutar una buena comida y un vaso de vino, mientras el mundo alrededor nuestro experimenta una terrible experiencia.

Por supuesto, la indiferencia puede ser tentadora, más que eso, seductiva. Es mucho más fácil alejarse de las víctimas. Es tan fácil evitar interrupciones tan rudas en nuestro trabajo, nuestros sueños, nuestras esperanzas. Es, después de todo, torpe, problemático, estar envuelto en los dolores y las desesperanzas de otra persona.

En cierta forma, ser indiferente a ese sufrimiento es lo que hace al ser humano en inhumano. Indiferencia, después de todo, es más peligroso que la ira o el odio. La ira puede ser a veces creativa.

La indiferencia no es el comienzo; es el final. Y por lo tanto, indiferencia es siempre el amigo del enemigo porque se beneficia del agresor, nunca de su víctima, cuyo dolor es magnificado cuando él o ella se sienten olvidados. El prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar, se sienten abandonados, no por la respuesta a su súplica, no por el alivio de su soledad sino porque no ofrecerles una chispa de esperanza es como exiliarlos de la memoria humana. Y al negarles su humanidad traicionamos nuestra propia humanidad.

Indiferencia, entonces, no es sólo un pecado, es un castigo. Y es una de las más importantes lecciones de la amplia gama de experimentos del bien y el mal del siglo pasado”.

La hambruna del Cuerno de África se está cebando con la población de menos edad. La malnutrición infantil permanece como el principal problema en los campamentos de refugiados, según alerta el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Un informe de esta agencia de la ONU sobre los campamentos de Dollo Ado, al sureste de Etiopía, arroja un dato desolador: más de 100.000 menores tienen ya por hogar las tiendas y la arena de este campo de refugiados.

Acnur asegura que la hambruna se ha cobrado en Somalia la vida de más de 30.000 niños en los últimos cuatro meses y calcula, de hecho, que "de las miles de muertes que se han producido en Somalia entre abril y finales de julio la mitad son de niños menores de 5 años", según detalla la agencia.

Los tres campamentos y el centro de tránsito etíopes albergan a más de 118.000 somalíes, de modo que nueve de cada diez refugiados tienen menos de 18 años. Del resto, apenas un 8% son mujeres y el 2% restante, hombres.

Frente a esto, aquí, en el mal llamado Primer Mundo, contemplamos la escena con espanto pero tranquilos, ya nos inyectamos hace tiempo la vacuna de la indiferencia…


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