Se dice de Jonathan Franzen (1959) que se hizo famoso dos veces: la primera, en 1996, cuando publicó un artículo en “Harpers” en el que cuestionaba la ficción norteamericana; y la segunda, cuando publicó su tercera novela, "Las correcciones" (2001), vendió un millón de ejemplares y ganó el National Book Award. Después vendrían los ensayos de "Cómo estar solo" (2003). No es un diario, pero lo parece. Es la vida triste y contradictoria, a ratos terrible e insoportable, de un escritor famoso que casi no soporta su propio éxito y que debe afrontar cuestiones como el sexo, la intimidad, el alzheimer y la muerte de su padre, las ciudades o el mundo digital. Con su última novela,"Libertad", ha adquirido fama mundial después de saberse que elpresidente Obama la encargó para su lectura antes incluso de ser publicada.
Antes había publicado "Movimiento fuerte" su segundo título, donde encontramos una serie de líneas argumentales que van desde la ecología hasta los movimientos antiabortistas, aunque la acción se inicia con un leve movimiento sísmico en el área de Boston donde las grietas que se originan van descubriendo en el entramado económico y social que no son diferentes de aquellas por las que se desvanecen los deseos de nuestra propia vida. Y así, los movimientos sísmicos descubrirán las fallas sobre las que se van construyendo las vidas de los personajes de esta novela.
Dejo unas líneas de una de las reflexiones que hace Franzen en este libro:
… ¿Es posible que la inteligencia artificial lea un libro con plena comprensión? ¿Puede pintar un cuadro original o componer una sinfonía? ¿Puede distinguir entre hecho y simple imagen y tomar decisiones políticas responsables basándose en esta distinción?
El sistema aduce que el programa simula la inteligencia del estadounidense medio de los años noventa.
Se podrá objetar también que ninguna máquina, por muy sofisticada que sea, será capaz jamás de sentir subjetivamente el color azul o de saborear la canela o de ser consciente de sí misma mientras piensa.
El sistema considera esta objeción impertinente y peligrosa. Porque en cuanto introduces la subjetividad en una discusión lógica, en cuanto concedes realidad a fenómenos que no pueden ser verificados por una máquina o una reacción química, en cuanto afirmas que la interpretación subjetiva de unas moléculas de canela como “¡Oh! ¡Canela!” tiene sentido, entonces estás abriendo una caja de Pandora. Dicho y hecho, la misma persona de la canela te vendrá diciendo que interpretes el silencio de una cima montañosa como “¡Oh! Noto a mi alrededor una presencia eterna”, y la oscuridad de su cuarto por la noche como “¡Oh! Poseo un alma que trasciende su recinto físico”; de ahí a la locura no hay más que un paso.
Es mucho más sensato vivir racionalmente, como hace la máquina. Votar al hombre que tenga la postura más radical sobre el narcotráfico. Sostener que lo real del sabor/aroma de la canela no es otra cosa que su contenido informacional: la canela le dice al cerebro –y ello por puro accidente químico, ya que no es nutritiva_ “cómeme, soy buena para ti”. Es absolutamente más sensato reírse de la persona que te diga que sin tu experiencia subjetiva de la canela te habrías ahorcado a los trece años, y que sin tu experiencia subjetiva del olor de la nieve fundida tu actitud hacia tu madre, esposa o hija se reduciría a “¿Cómo hago para que me dé lo que yo quiero?”. Y así como hay personas privadas del sabor, así como el líder de una nación de ciegos cromáticos vive en su negro Berlín, su gris Tokio o su Casa Blanca y se mofa de quienes afirman tener sensaciones con el color azul, así también tienes que aprender tú a mofarte de los que han estado en las cumbres y dicen haber sentido la presencia de un Dios eterno, y a rechazar cualquier conclusión que puedan sacar de dicha experiencia.
De lo contrario, se dejas que las emociones te induzcan a pensar que existe algo único o trascendente en la subjetividad humana, puedes acabar preguntándote por qué has organizado tu vida como si fueras una simple máquina para la no placentera producción y el placentero consumo de productos. Y por qué, en nombre de la paternidad responsable, estás inculcando en tus hijos la misma actitud consumista si lo material no es la esencia de la humanidad: por qué estás garantizando que su vida esté tan repleta de mercancías como la tuya, y de tareas y bucles y entradas y salidas, de tal forma que habrán vivido solamente para perpetuar el sistema y morirán por la sencilla razón de que están agotados. Tal vez empiece a preocuparte que con cada electrodoméstico que compras, cada trozo de plástico que tiras, cada equis litros de agua caliente que desperdicias, cada acción que compras o vendes, cada kilómetro que conduces, estás propiciando el día en que no habrá tierra, aire o agua en el mundo que no hayan sido cambiados, el día en el que la primavera olerá a ácido clorhídrico y la lluvia en verano tendrá sabor a paradiclorobenceno y el agua del grifo será de color rojo y sabrá a Pepsi y los únicos pájaros serán gorriones cultos que trinarán “¡Di que no!”, arrendajos que graznarán “¡Sexo, sexo!” y pollos que piarán “¡Carne blanca!”, y tú comerás ternera una noche y pollo la siguiente y ternera la de más allá y todos los bosques estarán plantados con la misma especie de pino o la misma especie de arce, e incluso a mil millas de la costa el fondo del océano estará cubierto de verdín y de envases de leche, y allí sólo nadarán sardinas y atunes y gambas gigantes, e incluso de noche en la cima de un monte remoto el viento olerá a salida de humos de un McDonald´s, y oirás alarmas de coche y televisores y el retumbo de los reactores a cuyos pasajeros se les dará a elegir “¿Pollo… o ternera?”, y aquella naturaleza en que todo el mundo, a sabiendas o no, sentía inmanencia de la eternidad habrá muerto, y el periódico que puedes leer en el monitor (para comprarlo has tenido que sudar tinta ante otro monitor) te dirá que El hombre es libre y todos somos iguales y que El minigolf arrasa en la ciudad. Descubrir que ese mundo es imperfecto será muy inquietante. Así pues, para tu propia tranquilidad de espíritu, ya que nada se puede probar o refutar –ya que tu ciencia se descalifica a sí misma para responder justamente a las preguntas relativas a la capacidad de inteligencia para sentir lo que, en un sentido absoluto y verificable, no está ahí-, ¿no será mucho más seguro suponer que las máquinas tienen un alma y unos sentimientos virtuales propios?
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