Un día más (o menos según los ojos con lo que se mire la botella) surcando la procelosa mar de las ondas cibernéticas. Se acaba el año y resulta complicado no echar la mirada atrás, como una red en busca de la captura del tiempo pasado. Surco este mar abierto a toda mirada, adentrándome en sus profundidades buscando algún rastro; alguna pista que me aproxime alguna explicación, por incierta que pueda parecer a primera vista, y que me ayude a entender la historia más reciente. Es cierto, que hasta en las débiles espumas en las que se disuelve la estela que mi navío cibernético va dejando tras de sí, se nos muestra a veces el rastro a seguir, los posibles hitos que señalen la ruta perdida en los albores de la realidad espacio-tiempo, pues en ellos, es probable, que pueda encontrar alguna luz que me alumbre en la ruta hacia el futuro más cercano pues, como decían los sabios, mal se acomete el futuro si antes no se ha revisado el pasado. En mis cartas de navegación se hayan descritos desde los arrecifes, las naves encalladas y las corrientes más traidoras hasta las rutas más amables y menos traicioneras. Todo ello con el único objetivo de atrapar aquello que está en permanente fuga, que no es otra cosa que el conocimiento de todo lo que está disperso a lo largo y ancho de estas electromagnéticas aguas.
Ahora que lo pienso, quizás esté también en fuga el misterio que nos une a todos los viajeros cibernéticos en este divagar errante. De entrada no hay quien se enrole en empresa tan abstracta, como aquel que huye a la desesperada de su presente o de un pasado tenaz que, más que perseguir, parece en ocasiones guiar los pasos del fugitivo, pues somos los escapistas del éter del ciberespacio que aparecen de súbito en cualquier pantalla tras haberse lanzado, atados de pies y manos, a esta realidad tan irreal como es esta red llamada Internet. Vigilantes del ocaso; con cada heterodoxia se nos abre un camino por el que navegar a toda máquina…
Sigo navegando con la esperanza de encontrar un nuevo horizonte tras la línea que separa las tierras de los cielos aunque, a veces, la niebla se transforme en un velo tras otro como en una gran cortina que recogiese el vaho desprendido de millones de alientos. Se sugieren las formas movedizas en escala de colores aun por inventar y no hay palabras, sólo un silencio habitado y vibrante como el que hay entre dos canciones deseadas, un eco de dársenas aún por encontrar...
Como explorador de lo intangible, desde la cubierta de este navío errante y aunque expuesto al embate de las olas, uno vuelve a albergar la esperanza de que aún queda tiempo para, al menos, acercarme al destino anhelado…