Acabo de terminar Las correcciones de Jonathan Franzenn y creo que si las navidades siempre han provocado en mí cierto rechazo a partir de la sensación deprimente y llena de hipocresía que me suscitan, después de esta lectura ni siquiera me quedará el consuelo del día de los Reyes Magos, cómo último refugio en dichas fiestas. Pues la navidad, tal y como la celebramos, o más bien padecemos, no es otra cosa que la demostración de la insaciable voracidad del sistema capitalista y del consumismo sin freno, azucarado, eso sí, con dosis de estupendas intenciones y encaminada, sobre todo, a la idílica e irrenunciable, para casi todos, reunión familiar. En la novela de Franzen supone todo un símbolo del artificio en el que nos vemos imbuidos los llamados ciudadanos de la sociedad postmoderna. Y ya sé que creer en la navidad hace las cosas más fáciles, pero al mismo tiempo nos pervierte como individuos, nos obliga a asumir una suerte de autoficción. Creer en la navidad implica aceptar la realidad pactada y no proponer nada a cambio. Con diferentes estrategias, los hijos del matrimonio Lambert luchan contra la Navidad, porque desde lejos parecen vislumbrar una especie de micro dictadura cocinada en el vientre materno. Así, la obstinación casi enfermiza de la matriarca de la familia por congregar a todos los miembros el día de navidad es el eje transversal que configura toda la trama argumental sobre la que discurre esta novela. Esto le permite mostrar a Franzen como la familia cuando se une lo hace por costumbre u obcecación, casi nunca por convicción.
La mediocridad que nos corroe y de la que no podemos escapar es otro de los temas que Franzen aborda en esta historia. La dureza de esta mediocridad es tan angustiosa y desoladora, a veces, en todos los personajes de la novela como su propia existencia. Por eso se deprimen, porque su incapacidad les deprime, pero no lo saben, solo lo intuyen y no pueden asumirlo, ni enfrentarse a ello. Habitan un mundo donde las correcciones son tan constantes que van enraizando lentamente en su depresiva existencia. En la escena donde se nos describe a un niño (Chip, el menor de los Franzen) frente a un plato de comida que se niega a ingerir podemos apreciar claramente esto que digo: “Podía ser que la luz fútil en una casa, con tres personas en el sótano, cada una por su lado y a lo suyo, y una sola persona en la planta baja –un muchachito con la vista clavada en un plato de comida fría-, fuera como la mente de una persona deprimida”.
Las correcciones recrea la vida de una familia cuyo origen se sitúa en la América profunda, cuyos aconteceres van desde mediados del siglo XX hasta finales de los noventa. Son los Lambert: el matrimonio de Alfred, un ingeniero ferroviario enfermo de Parkinson y con demencia senil, y Enid, su resignada y obsesiva esposa y sus tres hijos, que viven en la costa Este. Enid trata por todos los medios de reagrupar al clan familiar para una última reunión de navidad a finales del siglo XX.
Cinco individuos, los Lambert, desquiciados que solo son lo que son, que existen por sí y para sí y que por eso andan perdidos en el mundo. Y como el mundo está mal hecho, la única manera que parece posible introducir algún cambio es corrigiéndolo en nosotros, pero todas estas interminables autocorrecciones nos van desquiciando lentamente. Los personajes principales son seres que se han decepcionado a sí mismos y que luchan contra sí mismos por mantenerlo oculto, siendo la única verdad que no pueden aceptar porque es también la única posible capaz de explicarlos. Una muestra de ello son las escenas que protagoniza Gary (el hijo mayor), afirmándose obsesivamente en casa de sus padres para tratar así de superar la derrota continúa que le provoca día tras otro su propia familia. El egoísmo, por otra parte, se convierte en esta novela en un cáncer del individuo, pero a pesar de todo el sufrimiento que origina no cesa, sigue existiendo imperturbable; no lo pudo modificar “lo buenos tiempos del pasado” y no lo modificará menos ahora la infelicidad de los presentes. Como resultado, la decepción es completa, solo queda el engaño como sustituto del éxito para el individuo enfangado. Pero la familia sigue, a pesar de todo, como el espejo donde mirar las correcciones, como último y seguro asidero.
El libro termina con una pregunta lanzada por Franzen a través del patriarca de la familia Lambert, Alfred: “La pregunta era: ¿Cómo salir de esta cárcel?” Y es tal vez el último pensamiento coherente de Alfred Lambert sumido en los estragos del Parkinson y la demencia senil. La enfermedad como metáfora. La cárcel de Alfred es un hospital donde intentan dar esperanzas a la familia, no al enfermo, a través de un tratamiento experimental. La enfermedad de Alfred le hace confundir la realidad con su delirio personal. Cada uno de los personajes, en sus cárceles individuales, se esfuerza en intentar construir un artificio de familia. De esta manera los personajes de Las correcciones, cada uno de los Lambert, se convierte en arquetipo con todos sus defectos, sus carencias afectivas y sus disfunciones psicológicas. Siendo héroes trágicos condenados no por el destino, como en las representaciones del teatro clásico, sino por la mediocridad de la artificial vida en la que se hayan sumidos.
Por eso Las correcciones es una novela dura, porque en ella nos podemos contemplar a nosotros mismos, porque entre toda la exageración que acompaña a todo arquetipo podemos siempre entresacar algo que nos representa. Y lo que Franzen nos muestra de nosotros mismos no es agradable pues no hay forma de salir de esta cárcel.
Las páginas y páginas dedicadas a rastrear las vidas de Chip, Gary y Denise (los tres hijos) tienen como objeto que seamos capaces de evaluar los daños en el momento del conflicto, pues toda acción tiene su reacción o consecuencia. Por eso, en esta novela no sobra ninguna de sus 734 páginas (de la versión en castellano).
Sirva la desgarradora escena siguiente para hacernos idea de los golpes directos que salen de sus páginas: Enid se despide de Sylvia, a quien acaba de conocer en el crucero, y vuelve al camarote donde Alfred se debate en una desoladora “lucha” contra la mierda, su propia mierda orgánica pero también intelectual y vital, la mierda que nos rodea sin dejarnos más escapatoria que intentar limpiarla a solas, como única forma de mantener cierta diginidad.
Nota adicional:
Las correcciones obtuvo en 2001 el National Book Award y catapultó a su autor a la cima del reconocimiento y el éxito de ventas (despachó varios millones de ejemplares). Cosechó grandes elogios de plumas como Richard Ford, Don Delillo y David Foster Wallace y convirtió a Franzen en una de las voces imprescindibles de las letras norteamericanas. Esta año ha habido un intento por llevar la novela, como serie, a la TV americana, pero después del visionado del episodio piloto los productores optaron por no seguir con el proyecto alegando la “excesiva complejidad del argumento”. La última novela de Franzen, Libertad, también se ha alzado con un gran éxito de críticas y ventas. Y creo que será mi siguiente lectura de ficción. A pesar de todo, Franzen engancha...
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