“Es una mierda este Madrid que ni las ratas pueden vivir” cantaba Rosendo Mercado con el grupo Leño hace más de 30 años y la realidad es que la cosa ha cambiado poco, porque a pesar de las continuas campañas de la señora alcaldesa, Ana Botella, y de la presidenta y lideresa de la CAM, Esperanza Aguirre, por maquillar la realidad, lo cierto es que existe un Madrid detrás de esa ciudad impoluta, moderna y cosmopolita que se empaqueta y se abrillanta para atraer los Juegos Olímpicos o macroproyectos como el Eurovegas, en el que ni las ratas quieren vivir. Un Madrid que apesta y que cada vez está más diseñado para la medida de los que manejan el dinero y, por lo tanto, el poder. Un Madrid en la que la policía secreta detiene a manteros a punta de pistola y que tiene un aire con niveles de contaminación que superan los índices legalmente permisibles. Algo que debiera servir para hacer saltar todas las alarmas de seguridad ambiental y sanitaria pero que sin embargo solo sirve de excusa para subir el coste de los aparcamientos mientras, el precio de los transportes públicos, como el metro, no deja de subir, y sus horarios de funcionamiento no cesan de recortarse.
El Madrid donde ni las ratas quieren vivir porque los trabajadores de servicios públicos tan vitales en una sociedad democrática e igualitaria como la sanidad y la educación han sufrido recortes brutales de presupuesto. Y así, mientras también la labor asistencial de la comunidad madrileña se debilita las situaciones de miseria se hacen cada vez más visibles. Según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, sólo en la capital, 1'4 millones de personas están en riesgo de exclusión y casi un millón está por debajo del umbral de pobreza, sin embargo, hurgar en la basura puede acarrear una multa de 750 euros. Ya lo decimos, ni las ratas quieren ya vivir.
Y presos de miedo, la mayor parte de la ciudadanía, ve como una crisis que no han creado les trata como a ratas. Miedo a perder el trabajo, a no encontrar empleo, a ser expulsado, a no renovar la residencia, a los recortes públicos, a no recibir las pocas ayudas sociales que todavía se mantienen. Miedo a los otros, a la violencia, a las amenazas indefinidas.
Y como no sentir miedo cuando las políticas van dirigidas al expolio de los bienes públicos, de los recursos que propiamente hacen posible la vida en común, como la sanidad, la educación, el agua, el aire, siendo por lo tanto ahora sometidos a procesos de mayor o menor privatización. Y todo ello en favor del negocio de los de siempre, de los que manejan los hilos, de los dueños de nuestro futuro y nuestro presente; que no son otros que las élites mafiosas del dinero capaces de corromper lo que sea necesario con tal de mantener sus estructuras de bienestar y poder.
Por eso las ratas huyen despavoridas de una Comunidad Autónoma que se ha convertido en líder indiscutible en cuanto a reducción de gasto en educación pública, del país que menos gasta por este concepto de la Unión Europea (yo zoy españó, españó, españó) y donde la continua subvención a la educación privada y concertada es el pan de cada día. Donde el crecimiento del abandono escolar y la desatención institucional, si bien no policial, de un 30 % de los jóvenes los condena a la miseria y el subempleo.
Y los que no podemos huir como lo hacen hasta las mismísimas ratas sentimos asco de vivir en la Comunidad Autónoma que menos gasta en sanidad pública, del país que menos gasta por este concepto de la Unión Europea. Asco de ver como la gestión sanitaria se privatiza a manos de las multinacionales médicas y las divisiones correspondientes de las grandes constructoras españolas. Asco de que se culpe a ancianos y a inmigrantes de que la sanidad no es viable por su culpa.
Asqueados de ver como una empresa pública viable, como el Canal de Isabel II, se privatiza no con el fin de mejorar la calidad del servicio, sino por la urgencia de hacer negocio y de cobrarnos más por la misma agua, si bien seguramente empeorada. Indignados de ver como se destruye cada vez un poquito más la Sierra, los pocos bosques que nos quedan, las riberas de los ríos y los escasos espacios de valor natural que todavía no han caído en manos de los intereses inmobiliarios y de unas corporaciones municipales desaprensivas.
Y todo ello gracias a una clase política, en la que es consenso unánime que los bienes públicos sean una oportunidad de negocio y que la carrera política, una carrera empresarial. Al frente de unos gobiernos directamente dirigidos por las oligarquías financieras y empresariales, que hablan de liberalismo cuando convierten el dinero público en un continuo chorreo de negocios subvencionados, al tiempo que les estallan los casos de corrupción. Y tras los gobiernos una oposición que es incapaz de plantear cara en ningún asunto importante. Asaltada por los “tamayazos” y más preocupados por no perder sus pequeñas cuotas de poder que por defender los intereses verdaderos de quienes les ha votado. Una oposición, en definitiva, que ha compartido en todos los casos la “alegría” inmobiliaria, y que por un lado aunque parece tontuna e ingenua, está tan corrupta como los que gobiernan.
Welcome to the Inopia.
Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.
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si pero no aqui mama pirilas
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