Primero fuisteis a por los jubilados, después a por los enfermos, los discapacitados, los dependientes, los funcionarios, los médicos, los profesores... Vendisteis nuestra sanidad y nuestra educación al mejor postor como si de una vulgar mercancía se tratase.
Pero ahí no acabó vuestra codicia, vuestro siniestro plan aún no había terminado. No importó que hubiera millones de parados y fuisteis también a por ellos. No os conmovió su miseria ni que la gente saltase por las ventanas o se colgasen por el cuello angustiados ante la amenaza de quedarse sin casa. No empujasteis al vacío. Después de esto ya no quedó nada, ni tan siquiera un pedazo de cultura al que agarrarse para seguir sobreviviendo como pueblo y no caer al vacío del todo. Solo nos dejasteis la otra "cultura"; la que llamáis del entretenimiento, con el único objetivo de que nos quedásemos en nuestras casas (los que todavía la tuvieran) embobados, adormecidos, narcotizados, convalecientes, esclavizados. La calle, entonces, se quedó vacía. Nuestras bocas mudas.
Fuisteis a por todos nosotros y nos hicisteis vuestros. No os importaron los medios, vuestros fines estaban, para vosotros, más que justificados pues vuestra propia supervivencia dependía de ello. Volvimos a ser rebaño en vez de pueblo.
Pudimos ir a por vosotros pero fueron solo unos pocos los que se atrevieron. Los dejamos solos ante el inmenso poder que sustentáis. Pudimos ser muchos, prácticamente todos, pero fueron tan solo un puñado los que os plantaron cara. Dimos la espalda a la siniestra realidad y esta se apoderó de todo, como una mancha del más contaminante de los aceites, despacio pero segura hasta no dejar nada por cubrir. Hicimos oídos sordos a los que nos advirtieron de lo que estaba pasando pero fue demasiado tarde. Vuestro plan se había cumplido.
Criamos cuervos con nuestros votos, con nuestras infantiles muestras de confianza, con nuestro servilismo indolente, con nuestro mirar para otro lado. Les alimentamos con todo lo que nos arrebataron y cuando quisimos darnos cuenta del peligro ya nos habían sacado los ojos. Fue entonces cuando nos quedamos ciegos por completo.
Si dejamos que esto ocurra nos acordaremos de los versos del poema de Niemöller: "Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,/ guardé silencio,/ porque yo no era comunista./ Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,/ guardé silencio,/ porque yo no era socialdemócrata./ Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,/ no protesté,/ porque yo no era sindicalista./ Cuando vinieron a llevarse a los judíos,/ no protesté,/ porque yo no era judío./ Cuando vinieron a buscarme,/ no había nadie más que pudiera protestar".
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