Recuerdo el último beso que le di. Fue
bajo la tormenta en una tarde de abril, no recuerdo el día pero sí que nos
refugiamos en los soportales de la plaza. También recuerdo cómo iba vestida. Su
blusa blanca mojada transparentaba un sujetador estampado que cubría unos senos
que imaginaba también mojados, bellos. Se olvidó el paraguas, eso también lo
recuerdo, en casa de una amiga y por eso estaba empapada. Recuerdo también sus
pantalones vaqueros ajustados y botas hasta más allá de los tobillos. Hay
ciertos detalles que por más que lo intento no logro recordar; ni por qué tenía
tanta necesidad de verme ese día ni porqué
llegué tarde. Quizás por eso estaba tan enfadada. Lo que no puedo olvidar es su
pelo mojado deslizando gotas de lluvia hacia su cara. Creo que fue entonces
cuando la besé acariciando suavemente sus mejillas mojadas. Me hubiera gustado
prolongar aquel beso pero ella me apartó y comenzó a hablar. Aunque recuerdo su
tono de voz, las palabras las recuerdo imprecisas. Desde entonces no he vuelto
a verla. Quizás las gotas que se deslizaban por sus mejillas no fueran de
lluvia. Quizás no hubiera ni tormenta ni lluvia. Quizás la mujer de
pelo cano que esquiva su mirada cuando se cruza con la mía recuerde todo lo que mi memoria ha
borrado.
Welcome to the Inopia.
Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.
Una historia que da para mucho, nos deja con las ganas de saber más. Un abrazo
ResponderEliminarOtra vez, gracias por tus comentarios. Lo bueno y/o lo malo de los micros es que casi siempre nos dejan con las ganas de seguir leyendo.
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