Hubo un día no muy lejano que fui oveja
de rebaño. Oveja de lana blanca de las que son esquiladas cada temporada. Lana
corriente, del montón, como la del resto de ovejas. Mi vida transcurría cual
oveja mansa apaciblemente pastando por los verdes prados. Rumiando y pastando,
pastando y rumiando con ninguna otra obligación que la de seguir siendo oveja.
Vida apacible, relajada y sin demasiadas preocupaciones una vez que se ha
superado la vida de cordero y alejado dicho peligro no hay nada más que temer,
salvo a algún circunstancial lobo, pero para eso está el pastor y sus perros,
para protegerme a mí y al resto de ovejas.
Algo sucedió y que no logro recordar del
todo, las ovejas tenemos poca memoria, pero ahora mi lana es negra y ya no
estoy con el rebaño. Vivo con los lobos sin miedo a ser devorada. Ellos me
respetan. Será porque soy negra o por otra causa que desconozco pero poco
importa, ahora soy libre como ellos. Puede que algún lobo me devore, ciertamente
no dejo de ser una oveja, pero a pesar de todo, esta vida de lobo no la cambio
por nada.
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