Aquí, tú y yo de nuevo desnudos, infinitos
contemplamos la ciudad como amanece.
Las calles estrechas recobran vida;
lo que hacía un rato parecía naufragarnos
ahora es dársena donde permanecer amarrados;
sujetos allí donde se desvanece la espuma.
Hace tan solo unas horas nadie
pudiera imaginarlo. Nuestro destino
parecía anclado a la derrota,
pero ahora es como si todo,
de repente, hubiera cambiado;
aquí, en esta habitación,
en este paisaje antes detestado,
más que juntos, unidos a una misma vida,
revolviendo las sábanas, enloquecidos.
Porque no me pesa ni el dolor ni la angustia
por ti sufridas y con el corazón en la
mano
te digo que no cambiaría ni un solo minuto
de los compartidos contigo.
Ahora, cierra los ojos. Libera las lágrimas,
dibuja una sonrisa sobre tus labios mojados
y deja que sean ellos los que apaguen las brasas
de tu cuerpo y el mío, todavía fuego después mar,
porque cuando tu mirada se encienda de nuevo
ya nada volverá a ser como antes.
Te lo juro por los dioses antiguos
como hacían antaño los viejos poetas.
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