Amanece soleado, mejor que ayer que tuve que hacer el entrenamiento con
lluvia. Aunque estoy acostumbrado a las inclemencias meteorológicas prefiero el
buen tiempo, me va más el calor que el frío.
Comienzo a calentar, dos o tres kilómetros a ritmo suave antes de aumentar
la intensidad de la carrera. Esquivo algún charco que quedó después de la
lluvia caída. Las calles están hechas una verdadera porquería. Alguien debería
de preocuparse por arreglarlas de una puta vez, pero con eso de la crisis y los
recortes no debe haber dinero ni para cambiar una jodida baldosa. También están
las mierdas de perro. Hay que mirar bien donde pisas no vayas a llevarte una
pegada a tu zapatilla. Las mías son Nike, me las compré para preparar este
maratón y lo último que querría es que se pringasen de mierda de perro.
Mi pulsómetro Garmin me marca un ritmo de cuatro minutos y cinco segundos
el kilómetro pero no marca las pulsaciones. Qué raro, no me habré colocado
correctamente la banda transmisora en mi pecho. Da igual, voy a tope y eso es lo que importa. Llevo recorridos
diez kilómetros, me faltan cuatro para dar por finalizado el entrenamiento de
hoy. Giro mi cabeza cuando pasa una tía corriendo en dirección contraria. Está bastante
buena. Lleva auriculares en sus orejas ¿qué música estará escuchando? Seguro que
cualquier mierda moderna de ahora. A mí no me gusta escuchar música mientras
corro. Debo estar concentrado en lo que hago y la música me distraería.
Me dispongo a hacer un último esfuerzo en el sprint que suelo realizar
cuando finalizo el recorrido. Pondré mi corazón a ciento ochenta pulsaciones
durante unos cuatrocientos metros. ¡Mierda! el pulsómetro sigue fallando. Da
igual, me guiaré por el ritmo de carrera.
Noto como mi cuerpo avanza sin resistencia. Nunca me sentí tan bien a
máximo esfuerzo. Parece que volara. Mis zancadas son perfectas. No siento nada,
solo corro como si me persiguiera un rayo. Sí, sin duda nunca me sentí así
hasta ahora. Es el sprint perfecto, el entrenamiento perfecto. Creo que he
llegado al punto óptimo de rendimiento. A partir de aquí todo va ser más fácil.
Termino por fin. Recorro uno metros caminando para relajar los músculos,
aunque esta vez no lo necesito, antes de pararme donde siempre a efectuar los
estiramientos. Vuelvo a mirar el pulsómetro. Marca cero pulsaciones. Llevo varios
días haciendo el mismo entrenamiento, la misma carrera. Llevo varios días sintiendo
las mismas sensaciones. No siento el dolor del esfuerzo, no noto el cansancio, creo
que estoy en plena forma. Alguien, en una maratón, me dijo una vez que si
notabas algo parecido a esto es que quizás estuvieras muerto. Pero no, lo que
pasa es que mi pulsómetro se debe haber averiado.
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