Difuntos occisos caminan sin detenerse ante nada. Atrás dejaron sus tumbas
con un propósito claro. Al principio eran solo un puñado, pero poco a poco se van haciendo más numerosos. Es noche de difuntos y han aguardado muchos años este momento.
Demasiada rabia contenida, demasiada espera. Nunca creyeron tener que hacerlo. Confiaban en que algún día los vivos dignificasen su memoria. Perdida la
fe han decidido hacerlo ellos.
Ya son varios miles de zombis los que se han reunido ante la puerta del
templo situado en un valle. Una gran cruz levantada en piedra señala el lugar.
Atraviesan la puerta y se detienen ante una tumba con un nombre grabado en oro.
Un silencio sepulcral antecede al momento en el que se abalanzan sobre el
cadáver que allí yace. Lo arrancan de su plácido descanso y se lo llevan. Como
una santa compaña lo trasladan hasta el acantilado más alto. A cabalgar, a cabalgar hasta enterrarlos en
el mar, se escucha en un frío e inquietante murmullo. Lo arrojan sobre las
olas que, enfurecidas, rompen contra las rocas.
Esta noche volverán a sus tumbas perdidas con algo más de paz que antes.
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