Durante mucho tiempo fui adicto a los chat de Internet
hasta que conocí a Madame Bovary. Ella fue mi cura pero también mi condena. En
el chat yo era Barbanegra y siempre me llamó la atención su alias. Al
principio, cuando todavía no sabía quién era,
intenté seducirla, como de costumbre, provocando su interés y
solicitando conversar en privado. No accedió hasta que me gané su confianza no
sin varios intentos fallidos. Hablábamos de todo después, claro está, de
averiguar su edad y estado civil. Una vez conseguido esto intentaba siempre
dirigir la conversación hacia el sexo. No era fácil ya que siempre se las
apañaba para hablar de otras cosas más trascendentes pero de menos interés para
mí, hasta que un día conseguí una cita a ciegas. Nos vimos en un motel de
carretera. Aunque me quedé estupefacto al comprobar que Madame Bovary era mi
esposa hicimos el amor con la fogosidad y la pasión de dos adúlteros. Durante
un tiempo seguimos viéndonos en ese motel como si fuéramos dos perfectos
desconocidos, hasta que un día me dijo a través del chat que se iba a divorciar
de su marido para casarse conmigo, con Barbanegra. No he vuelto a entrar en
ningún chat desde entonces.
Welcome to the Inopia.
Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.
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