Mi psiquiatra me repite constantemente
que la vida es como una novela y que hay que transcurrir por ella capítulo a capítulo hasta
llegar al fin. Como siempre que hablamos lo escucho sin hacerle mucho caso,
hasta que por mi cabeza comenzó a sobrevolar la idea del suicidio. No voy a
explicar el por qué de tan descabellada idea pues sería demasiado extenso, tan
extenso como la novela que dice mi psiquiatra que es mi vida. Voy por el
capítulo siete, página ciento cuarenta y ocho, en pleno nudo argumental. Estoy
impaciente por saber que pasa en la siguiente página, por eso le he dicho a mi
psiquiatra que aplazaré mi suicidio, ya que según recomiendan los manuales de
narrativa debería suceder en el último capítulo. Desde entonces mi psiquiatra y
yo estamos más tranquilos.
Welcome to the Inopia.
Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.
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