Ilustración de Sara Lew
Era sábado de carnaval. Una mujer se
acercó y me pidió que la invitara a una copa. Comenzó a hablar mientras
bebíamos. Prácticamente no coincidíamos en nada pero, a pesar de ello,
establecimos una conexión de algún modo amistosa. Había algo en su aspecto que
me resultaba atractivo y eso a pesar de la máscara que también cubría su
rostro. Yo apenas abrí la boca en toda la noche mientras ella hablaba y
hablaba. Fui perdiendo interés por lo que decía, hasta que un comentario suyo
me provocó un escalofrío que recorrió mi garganta a la vez que el trago de gin-tonic.
Fue cuando dijo que tenía un don especial para descubrir demonios. Según ella,
bastaba con mirar a los ojos, comprobar que no eran del mismo color y que en
sus pupilas se apreciara algo parecido al dibujo de una estrella. De pronto
quise marcharme de allí. Aquella mujer, aquel bar de copas me estaban
produciendo náuseas. Me despedí lo más cordialmente que me fue posible. Antes
de salir de aquel tugurio me fui directo al baño. Frente al espejo me quité la
máscara y las lentillas. Desde entonces no dejo que nadie me mire a los ojos.
Podéis leerlo también en http://estanochetecuento.com/
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