I.
Mi mujer me regaló por mi cumpleaños una
noche de hotel para dos, sin niños. Todo iba bien hasta el momento, en el que desnudos
sobre una cama deshecha y después de hacer el amor un par de veces, sin apagar la luz, como dos desconocidos, con una furia y una pasión olvidada, ella enciende
un cigarrillo y me ofrece una calada, aunque sabía perfectamente que dejé de
fumar hace años. Fue entonces cuando comenzó a hablar de sus hijos, de su trabajo, de
su vida vacía. Aunque desconcertado, la escuché en silencio. No dije nada pues quería
entender que aquello formaba parte del morbo del regalo, y que cuando regresáramos
a casa mi mujer volvería a ser la de antes.
Cuando dejamos el hotel y subimos al
coche la observé mientras se abrochaba el cinturón, entonces creí que había recuperado
a mi esposa, pero cuando llegamos a casa, y después de recoger a los niños, me
dijo que había estado con un amante y que quería el divorcio. Sigo desconcertado y sin entender nada.
II.
La mujer que, desde hace exactamente un
mes, vive con nosotros es una extraña. Juro que no la había visto en mi vida. Todo
comenzó cuando al salir de casa para ir de compras y esperar a que mi mujer, la
auténtica, subiese al coche, me llevé la sorpresa de no ser ella la que subió
si no esta otra, que ahora además de cuidar de mis hijos comparte conmigo la
cama. Al principio me resultaba algo incómodo y hasta violento, pero a medida
que fue pasando el tiempo, tanto mis hijos como yo, nos fuimos acostumbrando al
cambio. Es más, hasta empiezo a pensar que prefiero que mi mujer, la auténtica,
no vuelva jamás.
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