La botella de ginebra estaba casi vacía
cuando ella me pidió que bailáramos. Por la ventana se veían caer los copos de
nieve, muy lentamente. Él, su marido, observaba la escena mientras acariciaba
el borde de su copa. Yo solo fui a
hablar de negocios pero terminamos bebiendo y hablando demasiado,
principalmente de unos asuntos bastante sucios, pero también de otras cosas, de
nuestra antigua amistad y de ella. Estaba a punto de marcharme cuando él puso
esa maldita canción. No nos quitaba ojo mientras apuraba su ginebra. Intenté
separarme pero ella entonces se pegaba más a mí. Cuando noté su rostro cada vez
más cerca del mío desee que la música no dejara de sonar nunca y que bailando
nos fuéramos lejos, pero nada es eterno, lo sé muy bien. La música cesó de
repente. Él seguía mirándonos, yo hacía
como que no me daba cuenta pero ella era consciente de lo que pasaba en todo
momento. Afuera seguía nevando. No debía quedar ya nada de mi rastro sobre la
nieve. Quise escuchar el sonido de los copos al caer y seguir bailando, muy
lentamente, pero creí que lo mejor era marcharme. Y eso es todo señor juez.
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