Se acercan unas nuevas elecciones, todo está preparado, los partidos políticos desengrasan su retórica para moldearla a los nuevos usos y costumbres, pues no está de más adaptarse a los nuevos tiempos que discurren a toda velocidad. Tanto redes sociales como foros de opinión han sido tomados al asalto para dejar plasmadas sus consignas, ocultas bajo el disfraz de anónimos opinadores, para de esta forma impregnar con sus mensajes todo cuanto pueda oler a posible captación de adeptos. Unos miran un poco más a la izquierda, otros un poco más a la derecha pero ambos (los dos partidos mayoritarios) focalizan todos sus recursos hacia el centro, lugar de encuentro común de ambas formas de hacer política. Esto cada vez provoca más que al personal votante le empiece a dar igual votar a uno que a otro.
Con todo esto de por medio, los ciudadanos asistimos, como viene ocurriendo cada vez que se avista en el horizonte unas elecciones, al levantamiento de una nueva carpa circense (aunque como en los circos de verdad sea la misma de siempre) y bajo ella tendremos las mismas, también, actuaciones estelares de siempre. Pero lo peor de tan esperpéntico espectáculo es la perplejidad con la que lo contemplamos. Porque una de las consecuencias más negativas que nos ha traído esta sociedad del bienestar en la que vivimos (para unos más que para otros), es un saldo de sociedades civiles inertes, carentes de toda esperanza y sumidas en un desasosiego más que preocupante.
Y como acompañamiento a toda esta farándula, contemplamos a diario en los medios la desvergüenza con la que toda la diversidad de chamanes que dirigen el sistema abusan sin escrúpulos de la mayoría de la población. Y son del todo reconocibles, pudimos verles fotografiados en el semanal de El País allá por el mes de noviembre pasado, y si la memoria no me falla ya antes se habían reunido con el presidente Zapatero entregándole un documento titulado “Transforma España”, donde se definía al ciudadano español como un mero y simple productor de valor económico (cosa que ya sabíamos pero nunca se había dicho con tanto descaro). Empresarios y magnates (*añadamos a esta última palabra una letra más alterando el orden y obtendremos la verdadera palabra que los identifica) en su mejor pose exponiendo su doctrina más radical, mientras impotentes ciudadanos y ciudadanas vencidos por la perplejidad e invadidos por un profundo sentimiento de desconcierto e indignación contenida asistimos a otra representación circense, previa a cualquiera de las elecciones que toque. Las próximas serán municipales y autonómicas, aunque los aparatos de los partidos escenificarán los papeles aprendidos de siempre, quedando el ciudadano en último término, porque lo que verdaderamente importa es el preciado botín en forma de voto.
Voto cuyo único objetivo es el de “que gane el mío”, o si no es el mío porque no soy de ninguno que gane, al menos, el menos malo o el que estaba, porque “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. A una gran parte de la población la verdad ha dejado de importarle. De hecho ha elegido no verla aunque se la pongan delante, si no le conviene. Vivimos cada vez más en un mundo en el que la gente se siente incómoda ante cualquier posibilidad de cambio, pues esto le genera dudas sobre la posibilidad de mantener su actual status aunque esté cada vez más empequeñecido y arrinconado. Aptitud más propia de niños y ancianos que niegan la realidad adversa y prefieren no enterarse de lo que pasa. Estrategia esta usada por los adultos para contentarlos y no darles disgustos, ocultando las malas noticias y engañándolos con “mentiras piadosas”. Y para los políticos no existe nada mejor ni más cómodo que esto: un electorado infantilizado, que no le importa que se le mienta. Pues en la mentira se sienten más a gusto y felices aunque sea a costa de perder más libertad.
Acomódense en sus butacas todos aquellos a los que todavía les queda un poco de sentido crítico, observen y rían por no llorar porque el espectáculo no ha hecho más que empezar –que por cierto cada vez empieza antes-.
*magnates=mangantes.
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