Suena el despertador. Son las 6:00 AM. Ella se levanta sin hacer ruido. El permanece dormido, ausente. Ella termina de despertarse con una rápida ducha de agua caliente, no hay tiempo para más. Después termina de arreglarse. Extraña forma de nombrar el acto de vestirse y asearse, lo curioso del asunto es que solo se aplica cuando la acción se refiere a una mujer, piensa. Las mujeres necesitan arreglarse antes de salir a la calle, antes de presentarse en público. Los hombres, no. Los hombres tan solo se visten.
Pone a calentar una taza con leche mientras se termina de hacer el café. Se sienta dos minutos a esperar a que el sonido de la cafetera le avise de que el café está en su punto. Mientras espera sigue pensando. Por su cabeza gravitan ideas fugaces, rápidas. Entran y salen de su cerebro sin dar tiempo a poner orden, sin conclusión alguna. Tan solo son pensamientos, algunos inverosímiles, que pasan a toda velocidad. La misma con la que cada mañana se arregla, desayuna y se marcha al trabajo.
El sigue durmiendo. Ella se pone el abrigo, ser enrolla un pañuelo al cuello, cuelga su bolso sobre el hombro y cierra la puerta de la calle tras de sí. No hay mucho tiempo. En tan solo 30 minutos tendrá que estar en su trabajo. No está muy lejos, piensa, por lo que si no hay muchos problemas con el tráfico llegaré puntual.
Son las 8:00 AM. Ella estará ya en su trabajo, piensa él mientras se despereza sobre la cama. Un día más, o un día menos todo depende como se mire. La botella medio vacía o media llena. Pero que estupideces se me ocurren. Mejor me levanto y me ducho con agua fría, puede que así deje de pensar en idioteces.
Por fin se levanta. El agua fría de la ducha le despeja. Después piensa en afeitarse pero termina desestimando esa opción. Piensa que no vale la pena mejorar el aspecto. Hoy ni se vestirá para desayunar. Permanecerá en pijama. No hay motivo para ponerse ropa si no se va a salir a la calle. Estaré más cómodo en pijama. Total para lo que hay que hacer.
No hace café, aprovecha los restos que dejó ella para mezclarlos con un poco de leche calentada en el microondas. Busca algo en los armarios para mojar. Encuentra unas galletas. Se sienta junto a la ventana de la cocina. El día es gris. Parece que vaya a llover. Observa a una vecina tendiendo la ropa. Sí, va a llover, piensa. Se le mojará todo. En fin, ella sabrá.
Termina el desayuno. Se levanta y deambula por la casa. No sabe qué hacer. Si al menos tuviera hijos aprovecharía el tiempo para cuidar de ellos, piensa. Les llevaría al colegio, les prepararía la comida, les recogería cuando acabaran las clases. No sé, mi cabeza, al menos, estaría ocupada. Sí, definitivamente hoy no saldré para nada a la calle. Estoy cansado. Me quedaré en casa aunque no tengo ninguna gana de hacer las tareas domésticas.
Vuelve a la cocina. Abre el frigorífico. No hay nada que me guste para comer. Me haré un bocadillo, piensa. Últimamente no tengo mucha hambre. Será que no quemo calorías. Debería hacer deporte, no sé algo que desentumezca mis músculos. Pero hace frío. Lo dejaré para la primavera o para el verano. Apetece más. En fin, veré que echan por la tele.
Enciende la televisión. Zapea de un canal a otro medio tumbado sobre el sofá. No hay nada, piensa. Normal, a estas horas que coño va a ver. La televisión es una mierda. Todo es una mierda. Estoy hasta los güevos. Mierda de no tener nada que hacer.
Apaga el televisor. Arroja el mando a distancia contra el respaldo del sillón situado enfrente. Se recuesta sobre el apoyabrazos del sofá. Intenta no pensar en nada pero no puede. Desde que se quedó en el paro hace casi dos años no hace otra cosa que pensar. Pensar y pensar. Darle vueltas y más vueltas a la misma cuestión. Soy demasiado mayor por eso no encuentro trabajo, piensa. A mis 45 años ya no soy productivo. Tengo estudios y experiencia, pero no sirven. Las empresas quieren gente joven. Lo entiendo, los jóvenes también tienen que trabajar. Pero yo tengo experiencia y ganas y también necesito trabajar. Pero eso no sirve. No encontraré nada. Y encima la puta crisis. Esto es una mierda. No aguanto más. No sé qué hacer. Todos los días son iguales. Me siento culpable. Algo debo de hacer mal, seguro. Quizás no busco lo suficiente. Pero llevo ya más de 30 entrevistas y mi currículo lo he enviado más de cien veces. Aún así seguro que algo estoy haciendo mal. Siento que ya no sirvo para nada. Qué pensará ella de mí. Terminará cansándose. Creo que ya no me quiere igual. Seguro que tendrá algún amante. Últimamente está rara. No la culpo. Ya no soy el mismo. Siempre quiso tener hijos y yo no. Me excusaba diciendo que si trabajamos los dos era mejor no tenerlos porque no podríamos ocuparnos debidamente de ellos. Qué ironía. Ahora uno de los dos no trabaja y no tenemos hijos. También en eso tengo la culpa. Y es demasiado tarde. Demasiado tarde para todo. No queda tiempo para muchas cosas, sin embargo ahora tengo todo el tiempo del mundo. No me equivoco cuando digo que todo es una mierda.
Ella vuelve del trabajo. El permanece tumbado sobre el sofá mientras mira un estúpido concurso televisivo. Ella se acerca y saluda. Antes se besaban, ahora tan solo intercambian un hola y un cómo te ha ido. El responde que igual que siempre sin dejar de mirar la televisión. Ella le mira durante unos segundos en silencio y se marcha al dormitorio. El gira su cabeza y la ve marcharse. Mañana será otro día, piensa.
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