Papá, ¿Tú no tienes frío? Le pregunté mientras lo arropaba con la manta. Si le hubiera preguntado si tenía calor, hambre, sed o dolor me hubiera respondido lo mismo. Qué más da. Otras veces le contaba historias que él antes me había contado, como si me hubiera convertido en el único guardián de su memoria perdida. Su mirada, casi siempre esquiva, parecía entonces resplandecer al oír el sonido de mi voz. O al menos era lo que necesitaba sentir para que fuera yo el que no tuviera frío.
Welcome to the Inopia.
Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.
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