Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

lunes, 1 de agosto de 2011

Tres relatos breves de verano.

I.
El agujero.

Me llevó caminado más de tres horas hasta que alcanzamos la cima. Una vez allí, con la sequedad de la que se cubre el haber estado demasiado tiempo solo, me indicó que me asomara a aquel agujero negro que anunciaba la puerta de entrada a una enorme y profunda sima geológica. Mi padre frecuentaba este lugar tan inhóspito y de difícil acceso muchas veces, sobre todo desde que se jubiló y decidió volver a su pueblo natal. Últimamente subía menos, el cáncer que le habían diagnosticado apenas hacía un año le había dejado sus pulmones bastante maltrechos por lo que se agotaba con mayor facilidad.

Para llegar hasta el lugar de la sima habíamos necesitado hacer varias paradas con el fin de tomar aliento pero por fin habíamos llegado a nuestro destino. Cuando, como según me dijo, asomé mi cabeza a aquella oscuridad me preguntó qué era lo que veía. Lógicamente le respondí que no veía nada, que estaba todo demasiado oscuro como para alcanzar a ver algo. Cuando le pregunté donde estaba el misterio me respondió lo siguiente:

- En ese agujero se encuentran todas las respuestas, solo tienes que mirar bien.

El viejo con la edad y su mortífera enfermedad se había hecho filósofo, o mejor dicho sabio. Siempre fue un tipo de pocas palabras pero aquello fue sin duda lo más profundo que me dijo en una época de mi vida en la que no encontraba respuesta a nada (y todavía sigo sin encontrarla).

Mi viejo me había querido decir que la vida está vacía y que no hay nada más allá ni más acá. Todo es un completo sin sentido, un absurdo agujero negro donde por mucho que miremos no encontramos nada. Aunque aún hoy sigo confuso, quiero entender que fue eso lo que mi padre quiso decirme.

II.
El cigarrillo.

Se acercó a ella desde el momento que la vio sentada, con los brazos apoyados en la barra de bar de aquel chiringuito junto al mar. Su mano derecha sujetaba un cigarrillo sin encender mientras que su otra mano jugueteaba con la copa de gin tonic. Tarifa había sido un destino casual, de última hora. Su nomadismo casi enfermizo le había llevado hasta allí con la intención de comprobar cómo el viento de levante, cuando sopla con fuerza, puede lograr trastocar y hasta cambiar el sentido de las cosas, tanto materiales como humanas, aunque eran estas últimas las que más le interesaban.

Cuando notó su presencia, ella le preguntó si tenía fuego. Sacando un mechero del bolsillo de su pantalón procedió a dar por satisfecha la necesidad de aquella mujer que desde el primer instante había llamado su atención. No sin antes pronunciar un puñado de palabras que, dichas en el momento oportuno, pueden valer por toda una eternidad.

- Recorrí más de siete mil kilómetros para estar aquí en este preciso momento.

A partir de ahí las palabras tuvieron otro significado, pero sobre todo menos grandeza.

III.
Arena entre las páginas.

Sacó del armario el cesto de paja que solía utilizar cuando llegaba el verano para bajar a la playa. La mañana era radiante e invitaba a pasar una agradable mañana tumbada al sol, oyendo romper las olas e impregnándose de aroma a mar por los cuatro costados. Entre las cosas que había en el cesto estaban la crema bronceadora, unas gafas de sol retro compradas hacía exactamente una año, una pañoleta azul marino y un libro. Fijó su mirada en este último objeto. Lo cogió con cuidado, como si fuera un pequeño tesoro encontrado por sorpresa. Al abrir sus páginas se dejó caer un chorro de arena fina de playa. Este hecho le produjo un agradable placer. Acercó el libro a su nariz. Todavía olía a mar. Un torbellino de recuerdos volaron sobre su mente. Sacudió sus páginas para hacer caer el resto de arena que pudiera quedar y decidió leer algún fragmento al azar:

*"Durante semanas no paré de dar vueltas a lo que sucedió a continuación. E incluso muerto, como lo estoy desde hace no sé cuánto tiempo, intento reconstruir las convenciones que imperaban en aquel campus y recapitular los penosos esfuerzos por eludir tales convenciones, causantes de la serie de percances que terminaron con mi muerte a los diecinueve años de edad. Incluso ahora (si puede decirse que“ahora” todavía significa algo), más allá de la existencia corpórea, vivo como estoy aquí (si“aquí” o“yo” significan algo) tan solo como memoria (si“memoria”, en rigor, es el medio que todo lo abarca y en el que me mantengo como“yo mismo”), sigo dándole vueltas a las acciones de Olivia. ¿Será este el fin de la eternidad, rumiar una y otra vez sobre las nimiedades de toda una vida? ¿Quién podría haber imaginado que uno tendría que recordar constantemente cada momento de la vida hasta en su más minúsculo componente? ¿O acaso este más allá sea tan solo el mío y, de la misma manera que cada vida es única, así también lo es la otra vida, cada una de ellas una huella dactilar imperecedera de un más allá distinto al de cualquier otro? No tengo manera de saberlo. Como en la vida, solo sé lo que es, y en la muerte lo que es resulta ser lo que fue. No solo estás encadenado a tu vida mientras la vives, sino que sigues atado a ella cuando te has ido. O, una vez más, tal vez eso solo me ocurra a mí. ¿Quién podría habérmelo dicho? ¿Y habría sido la muerte menos aterradora si hubiera comprendido que no es una interminable nada, sino que consiste en memoria que medita durante eones sobre sí misma? Aunque quizá esta perpetua rememoración no sea más que la antesala del olvido".

*Fragmento de Indignacion, de Phlip Roth.

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