Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

lunes, 28 de febrero de 2011

Dos microrelatos.


CUANDO LA SUERTE ESTÁ ECHADA.



Jugarse la vida a cara o cruz es como desafiar a la ruleta rusa pero sin pistola. Da igual el método: lanzar una moneda al aire, tirar los dados, echar las cartas, jugar a los chinos… Si la partida es humana quedarás en manos del azar. Cincuenta por ciento de probabilidades a favor, cincuenta en contra. Pura ley matemática de probabilidades. Pero cuando crees que por usar otro método confiándoselo todo a las leyes de Murphy, la suerte va a estar de tu lado, también te equivocas: lanzar una tostada al aire creyendo que caerá por el lado de la mantequilla es una buena jugada siempre y cuando el contrincante no sea el mismísimo Dios.



ÚLTIMO DESEO.


La situación era bastante difícil. Que te pillen con la mujer de otro en la cama, y que ese otro lleve una pistola con la que te apunta a la cabeza, no deja muchas salidas. Salvo si te conceden un último deseo antes de morir. No sé muy bien a que vino tamaña estupidez, pero lo cierto es que allí estaba, en pelotas, junto a la mujer de otro, en aptitud “poco decorosa” y con el cañón de un revólver pegado a mi sien pensando en cuál sería mi último deseo.

 No lo dudé mucho no fuera a arrepentirse mi accidental verdugo. Así pues, confirmando antes, aunque fuera llamémoslo así poco elegante mi petición, si sería concedida, le pedí a mi verdugo que no fuera yo el ajusticiado si no su mujer. Tras dudar unos segundos, el pistolero disparó primero a su mujer y luego a mí. Preguntado antes de viajar al otro mundo el por qué no se me concedió el deseo, la respuesta fue rápida y sencilla:

-También le pregunté a mi mujer y me pidió que el ajusticiado fueras tú. No me quedó más remedio que mataros a los dos-.


viernes, 25 de febrero de 2011

El estado cuida de nuestra salud.



Al parecer, el ministerio de sanidad en su empeño de cuidar de nuestra salud a golpe de decreto, pretende advertir en las etiquetas de las botellas de contenido “espirituoso”, o lo que es lo mismo de “priva” o “bebercio” con graduación alcohólica, que su consumo sin “moderación” trae consigo riesgos para la salud: “El etiquetado de las bebidas alcohólicas debería indicar que su venta está prohibida a los menores y alertar de los riesgos que conlleva beber sin mesura. Esta es la postura de los diputados y senadores de la Comisión Mixta para el Estudio del Problema de las Drogas, que pidieron ayer a las administraciones que pongan en marcha esta medida” (edición digital 25-02-11 Público.es).

Y digo yo, ¿por qué siguiendo con esta preocupación de sus señorías por salvaguardar la salud de sus votantes no se propone también etiquetar otro tipo de objetos de consumo pernicioso para la misma? Pongamos algunos ejemplos:

Los vehículos de uso privado podrían llevar un letrero que diga “las autoridades sanitarias advierten de que el humo de los coches mata mucho más que el de los cigarrillos”, pues según datos de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica mueren en Europa entre 11.000 y 16.000 personas por culpa de los gases nocivos que desprenden los tubos de escape de los coches. Además, las partículas en suspensión son responsables de patologías respiratorias, alergias, enfermedades respiratorias en niños, pérdida de función pulmonar e incluso cáncer de pulmón. Aún así se sigue favoreciendo su uso en vez de limitarlo o directamente prohibirlo. Paradojas políticas de la vida.

Y puestos a etiquetar se podrían poner mensajes de advertencia en todos los edificios donde se ejerza algún tipo de poder político (ministerios, ayuntamientos, concejalías, residencias presidenciales, parlamentos, etc.) que éste corrompe, de alguna manera, a todos aquellos que lo ejercen y que su abuso produce efectos perniciosos en la población, produciendo más adicción que el mismísimo alcohol y tabaco juntos.

Y en las urnas ¿no deberían advertir a los votantes de lo peligroso que resulta votar a ciertos personajes expuestos en las papeletas de voto? O también en los televisores advertir con el siguiente mensaje: “¡Cuidado, el visionado de ciertos programas y cadenas idiotiza y disminuye la capacidad de pensar!”En fin, se podría ampliar la lista hasta un número indeterminado de advertencias perjudiciales tanto para la salud física como mental de la población, dejaré por tanto en manos de vuestra imaginación la ampliación de la misma.

jueves, 24 de febrero de 2011

24, febrero de 2011.

AL FINAL.

Anochece en los confines de tu cuerpo.
Atravieso entonces la frontera que,
invisible pero latente,
me recuerda que soy afortunado
de tenerte en los instantes sublimes
en los que tu otro yo transita
por paraísos perdidos
en los que trato de recuperarte.

Mientras,
ninguna otra cosa acontece.
El tiempo se detiene abstracto,
sucumbe ante lo irremediable.
Porque de ser cierto este instante infinito
no existe más dimensión
que la de tu cuerpo y el mío
enlazados en un inquebrantable y agónico nudo.

Al final,
tu espalda toma presencia definitiva,
aunque mis manos todavía dibujan
geometrías inexactas en la oscuridad
que envuelve tu cuerpo celoso
de mostrar más allá de ese espacio
inacabado que se esconde profundo,
misterioso, convulso y carnal
en cada una de tus curvas.

Mi respiración me delata.
Agotado, exhausto pero complacido,
me vuelvo a anudar en tu costado
esperando impaciente volver a naufragar
en tus adentros.

domingo, 20 de febrero de 2011

La entrevista.


En las múltiples entrevistas que había tenido hasta la fecha nunca se había encontrado con la embarazosa situación presente. Cuando entró en aquel despacho con la templanza y el saber estar que dota a todo aquel que ha pasado por este trance en más de una ocasión, esperaba que los acontecimientos se desarrollaran de una manera bien distinta. Había calculado y estudiado cualquier pormenor que le pudiera pillar de imprevisto. Tenía bien aprendido el papel de entrevistado mayor de 40 años demandante de empleo. Su trayectoria laboral le otorgaba un bagaje profesional que le hacía no inquietarse lo más mínimo ante cualquier pregunta relacionada con su profesión con la que le intentaran sorprender, pero aún así se había estado informando de los últimos avances del gremio además de repasar las cuestiones más importantes en el actual desarrollo de su profesión. Su aspecto también había sido cuidado hasta el más mínimo detalle. Ni demasiado elegante, no fuera a parecer el entrevistador, ni demasiado desenfadado o con ropa en desacorde a su edad. Todo en su justo término. La noche anterior había intentado dormir bien para mantener la mente despejada, libre de toda preocupación que no fuera el lógico pero moderado nerviosismo que antecede a la posibilidad de por fin encontrar un trabajo. Por la mañana y al salir de casa y disponer de bastante tiempo antes de llegar al lugar de la cita, optó por ir en transporte público y caminar para templar, más si cabe, los posibles nervios que pudieran quedar sin control. Además, esto le ayudaría a estudiar los distintos escenarios posibles con los que se podría encontrar. Nadie podría decir que no se había preparado a conciencia, por lo que si aquel puesto de trabajo no era suyo no sería por falta de seriedad y buen hacer por su parte.

Pero allí estaba, en un escenario para nada previsto por más que hubiera estudiado y ensayado mil y una formas posibles. Porque por más que hubiera querido aquello era imposible de prever. No daba crédito ante aquella situación de lo más surrealista, imprevisible, ridícula pero sobre todo cruel. No encontraba palabras para hacerse una idea mental rápida que le permitiera salir de aquel embrollo sin recurrir a otros métodos menos ortodoxos. Y mira que él era rápido de pensamiento y de acción, pero aquello le estaba superando por completo. Hasta por un instante cerró los ojos, solo un segundo, tiempo suficiente para después, al abrirlos, que de la fugaz oscuridad volviera el orden. Que todo aquello no fuera real si no un sueño, o más bien una pesadilla. Pero no fue así, cuando volvió a abrir los ojos delante de él seguía la misma escena con los mismos intérpretes. Él, parado demandante de empleo y su entrevistador, o jefe y además dueño de la empresa contratante. Entre ambos una mesa de despacho color caoba. Su entrevistador sentado sin todavía mirarle. Él de pie no dando crédito a lo que estaba viendo.

La vida es un continuo movimiento de causas y efectos, ya saben aquello de que no hay acción sin reacción. Y la vida le había llevado al paro durante ya más de un año, y la vida como hay que seguir viviéndola a pesar de todo, le había obligado a buscar un nuevo empleo y en su búsqueda desesperada le había llevado a encontrarse con quien nunca hubiera imaginado. Pero este no era el efecto lógico o por lo menos el deseado. No, esto tenía que ver más bien con un mal de ojo, o el colmo de la mala suerte y eso que nunca creyó en estas cosas.

Porque sí, la vida es muy caprichosa a veces. O si llamamos a las cosas por su nombre es muy cabrona. Pues quien le iba a decir que allí, en aquél despacho de aquél impecable y nuevo y altísimo edificio de oficinas iba a estar sentado detrás de la mesa de caoba, con el mismo peinado engominado hacia atrás, con la misma cara de hijo de su madre de siempre y con el mismo gesto de desprecio, el que un año y medio atrás le había dicho que esto se había acabado, que ya no había trabajo, que la culpa era de la incompetencia y la baja de productividad de todos los empleados, menos él, claro, él era el jefe y dueño de la empresa. Él no tenía culpa de nada. Y no tuvo más remedio que tragar saliva y marcharse junto al resto de los empleados a la calle o al paro, si queremos ser más suaves. Sin indemnización alguna, pues el muy cabrón se había declarado en ruina. Y un año y medio más tarde le encuentra en aquél despacho como ofertante de empleo, de una empresa dedicada a lo mismo que hacía 18 meses antes y que cerró, según el dueño, porque los empleados eran unos inútiles y porque se había acabado el trabajo.

Ahora ya no había manera de escapar de aquel escenario que tanto había preparado pero que tan de improviso le había pillado. El cabronazo que tenía enfrente y que no hace mucho había sido su jefe, su patrón, ni siquiera se había leído el currículo donde estaban sus datos. Si hubiera sido así no estaría en esta situación, pero no, como siempre lo hizo, los currículos eran filtrados por su secretaria que también despidió y era nueva, más joven, y seguro más complaciente.

Cuando levantó la vista de los papeles que manipulaba con los brazos apoyados en la mesa de caoba y le vio, su cara cambió por completo. Mitad sorpresa, mitad desprecio, su mirada se quedó clavada en aquel parado que buscaba empleo. Ambos mirándose, el uno enfrente del otro, el uno sentado, al otro ni siquiera le había dado tiempo sentarse. Los dos en silencio. Pero no tardará en romperse. El silencio es, en estos casos el preludio de la tormenta. Y vaya que la hubo. Pero no como se pudiera imaginar. Pues no se dirigieron palabra alguna. Nuestro hombre en paro sin mediar palabra se abalanzó sobre el que antes había sido su jefe y empresario y agarró su cuello hasta el desplome. De rodillas el uno con el cuello sujeto, de pie el otro apretando con sus dos manos. Pero la sangre no llegó al río porque nuestro hombre en paro no es hombre violento a pesar de que las circunstancias le hayan hecho perder la razón por un instante. Igual que se abalanzó sobre el empresario lo soltó de inmediato dejando de apretar el cuello que tenía sujeto con fuerza, quedándose inmóvil durante unos segundos. Mirando con mitad lástima y mitad desprecio a quien antes fue su jefe como lloraba clamando perdón. Y eso le bastó, ya no quería el empleo, ya solo quería marcharse de allí con la misma dignidad con la que entró.

domingo, 13 de febrero de 2011

Blues whitout Rhythm.




Aquella noche no estaba dispuesto a emborracharme en casa. Apurar hasta la última gota de bourbon envuelto en la amargura del abandonado no es la mejor opción. Sin duda alguna no había sido mi día, por lo que no estaba dispuesto a que tampoco fuera mi noche. Discutir airadamente con el jefe por enésima vez abría el camino del final del túnel. Nunca me gustó ese maldito trabajo de articulista de efemérides en un periodicucho local de mierda, por lo que la posibilidad del despido se encontraba más cerca de lo que nunca hubiera imaginado, cosa que no me importaría gran cosa si no fuera por la innumerables deudas contraídas y que, gracias al salario recibido, podía ir solventando poco a poco.

Pero no era eso lo que realmente me amargó el puto día. Fue telefonear a Mariela lo que colmó la gota que terminó por desbordar el vaso de mis escasas esperanzas de poder recuperarla. Todavía no sé porqué lo hice ¿o sí? Hacía más de un año que no sabía nada de ella y si embargo la llamé. Ya no había tiempo para el lamento lo hecho, hecho estaba.

Hubiera querido en ese momento agarrar de nuevo la botella de bourbon y pegarle un trago profundo que recorriera mi garganta como un tren descarrilado, pero esta vez sería en cualquier tugurio nocturno. Necesitaba aire y necesitaba la noche.

No hacía falta ser muy listo para darse cuenta que estaba sólo, tremendamente sólo. Como nunca lo había estado ni sentido antes. Pero no iba a echar de menos a Mariela. No, esta vez no. “Que la den” -pensé para mis adentros-. Hoy estaré a solas con mi soledad, si logro encontrarla. Porque hasta ella también me había abandonado. Sí, esa soledad que utilizamos y que llevamos sin su permiso pegada a nuestra espalda. Nunca por delante, siempre como sombra que se proyecta invisible hacia atrás. Y esta noche estaba decidido a salir en su captura. Necesitaba decirle cuatro cosas, pues no tenía a nadie más cerca con quien poder desahogarme y aunque me costara el alma la encontraría.  A mi querida amante ocasional, amiga del alma, siempre compañera. Maltratada a veces, amada otras, hasta que desaparece en silencio, delante de nuestros ojos, sin que nos demos cuenta. Aunque eso ocurra muy pocas veces. Yo, al menos, nunca conseguí quietármela del todo de mi lado. Estos días atrás la notaba rara y en mi conversaciones con ella nunca me atreví a preguntarle el por qué últimamente siempre estaba tan distante, salvo esta maldita noche, cuando más la necesitaba, cuando por fin iba a preguntarle el por qué de sus desprecios, me dejó con la palabra en la boca. Sólo una vez más, sin ni siquiera ella como única compañía.

Pero me había decidido a seguir su rastro y observarla sin que me viera, quizás así encontraría respuestas pues sería como la observación de uno mismo. Después de días, semanas, meses, e incluso siglos, hecho una piltrafa, me arreglé de una manera que no recordaba, para cuando la encontrase, invitarla a bailar y a un buen trago mientras le susurrara al oído algún verso de Benedetti, que la conmoviera hasta el punto de enamorarla perdidamente. Entonces nunca más estaría sólo. Mi soledad y yo unidos para siempre…

Antes de salir mi último pensamiento consciente fue para Mariela. La recordé caminando lentamente, como dando la sensación de haber hecho frente al insomnio con la luz encendida. Instantes antes se habría estado mirando a sí misma con los ojos de los otros, nunca los suyos. Llevaría puesta esa media sonrisa que hacía sonar levemente aquella melancólica música pegada a su boca. Y yo me preguntaba entonces, quien fue el hijo de su madre que la inculcó desde tan temprana edad que era pecado ser feliz. Te preguntabas a ti misma si la infelicidad te había hecho así o era tu instinto incontrolado de salir huyendo siempre que se te pudiera atisbar un leve reflejo de inusitada alegría. Pero aunque lo disimularas bien, creo que también a ti te afectaba la soledad. Y cuando, de repente, te percatabas de ello, ya no había tiempo de darle esquinazo. Entonces percibías que ya no eras la misma de antes. Cuanto más intentabas volver a tu estado inicial más te alejabas. Como imanes de polos con el mismo signo.

La noche se había echado sobre mis espaldas sin ninguna misericordia y allí estabas, poblando mi memoria a pesar de mis intentos por borrarte, con la musicalidad que produce tu melancólica sonrisa pegada a mis oídos. No tienes compasión Mariela. Ni siquiera cuando trato de olvidarte abandonas esa lacónica sonrisa que invade mi memoria y es, entonces, cuando recobro como una bofetada en la mejilla el recuerdo de nuestra última noche. Tu cuerpo y el mío desnudos, sin hablar, sin sentir, unidos con la única intención de llenar un espacio vacío. Unidos mediante palabras tatuadas en la piel, que vistas desde el aire no formarían ni una solo párrafo inteligible. Mensajes invisibles pero claros, al menos para ti y para mí. Me hubiera jugado hasta uno de mis brazos en ese momento, a que si aquellos dos cuerpos se llegasen a separar quedaría formado un corazón partido en dos. Y, recuerdo, me pregunté, con un sentimiento de orgullo adolescente, quien cuidaría de ti al día siguiente si yo no estaba. Ofuscado como un crío al que castigan sin postre, pasaron semanas sin que te volviera a ver. Evité atravesar calles por donde solías pasar, olvidándome, que el orgullo, tras cierto tiempo se transforma en silencio, y éste a su vez en soledad. Otra vez mi querida y amante soledad. Como ves tampoco a ti puedo olvidarte. Ni siquiera cuando hablo de Mariela.

Tu melancólica sonrisa, Mariela, sigue ronroneando en mis oídos como esa canción de adolescencia, que por mucho que la escuches, ya nunca más te vuelve a emocionar. Hoy es viernes, pero el color oscuro de tu voz susurrándome al oído que ya no me quieres, no deja claro si es lunes negro, martes marrón o jueves gris. Qué más da. ¿Acaso el tiempo importa cuando ya no existe nada que verdaderamente se desee que acontezca? El tiempo se hace dueño de todo cuanto deseamos y si el deseo se apaga qué más da la hora, el día, el mes o el año.

Después de aquella noche te arrojaste a la calle como un alma perdida que se lleva el diablo a pedirle cuentas al destino, a pedirle a la noche que te devolviera los sueños que los días te habían robado. A tratar de recuperar lo que creías era tuyo. Tu melancólica sonrisa volvió a inundarlo todo. En tu caminar, desprendías más vida que el resto de la gente a tu alrededor. Y eso que no había pasado ni media hora desde que nos hundimos en un estanque vacío lleno de sudor, sentimientos y lágrimas negras. En ese momento no fui capaz de darme cuenta que los colores, por muy oscuros que lleguen a ser, también brillan como diamantes. Diamantes brillaban sobre ti, como en la canción de Pink Floyd, “wish you where here" ¿te acuerdas? La escuchamos aquella última noche.

Y volviste a pasar del negro al azul. O al menos eso era lo que pensabas. El mañana esperaba paciente y volvió a por ti. Tanto volar para no llegar más allá del mismo sitio de siempre. Tanto mentirte a ti misma sin reconocer que te han vuelto a engañar aquellos a los que tú siempre diste tanto. Pero eso es otra historia. Tanto mirar a los lados como si alguien te persiguiese, como si hubiera alguien a quien no quisieras encontrar, quizás fuera yo, sí, seguro era yo. Huir sin mirar hacia atrás para evitar cualquier remordimiento que abriese alguna posibilidad de regreso.

En estos días inciertos parece que cualquier detalle del que se escape un mínimo de brillantez, hace que parezca verano en pleno invierno. En estos días en los que a mi corazón pareciera que estuviese a punto de apagársele lo poco de llama encendida que le queda, pero por el contrario es como si estuviese a punto de caer en un incendio incontrolable. Porque hoy es uno de esos días en los que el invierno no molesta en mi cama. ¿Será ésta mi metamorfosis definitiva? No lo sé. A lo mejor el alcohol me ayuda. Saqué hace mucho tiempo el ticket para la montaña rusa y todavía no me he apeado del todo. El vértigo se ha hecho amigo a fuerza de costumbre. Ya no me produce ninguna sensación de vacío en lo más profundo de mi estómago, aunque en la última de las bajadas, y a punto de descarrilar, mi corazón comparta sitio junto a esa entraña digestiva.

Vuelvo a la conversación telefónica con Mariela. Cuando colgué y me dijiste entre infinitud de improperios y palabras inútiles que “a pesar de todo nunca dejaré de quererte”, te imaginé en el último concierto al que asistimos juntos. Bailabas al son de “This magic moment” mientras Lou Reed desgarraba las cuerdas de la guitarra al mismo compás con el que arrancaba versos de su maltrecha garganta. El tiempo se paraba entonces, como se detiene ahora, con la diferencia de que en este preciso instante, además de pararse, se ahoga en el recuerdo empujado por un torbellino interminable hasta lo más profundo de los negros océanos que inundan mi memoria.

Aunque me has preguntado una y otra vez el porqué de mi llamada, no me he dignado a contestarte y eso te ha enfurecido aún más. Lo sé. Pero no he podido o no he querido decirte que ayer te vi, con la mirada difusa y más perdida que recuerdo haberte visto nunca, como si vivieras y soñaras mil vidas, mientras la tuya te pasara por delante sin percatarte de ello. En tu mano izquierda brillaba un anillo y sujeto con fuerza a ambas un carrito de bebé. Me di media vuelta sin que te dieras cuenta, aunque a veces dudo de que me vieras alguna vez. Me giré y quedé parado, en silencio, viendo cómo te alejabas despacio, hasta desaparecer a lo lejos, como una mancha en la nada.

Sí, esta noche he resuelto arrojarme a la calle, donde ahogaré mi existencia en alcohol y, una vez más, como un alma perdida que se lleva el diablo, saldré decidido a buscar mis sueños porque, aunque perdidos en mi memoria, estoy seguro de haberlos tenido alguna vez. A robarlos si fuera necesario. Sacaré un imaginario revolver del bolsillo de mi chaqueta y, una vez más, intentaré arrebatarle a la noche todo aquello que perdí, todo aquello que se me robó.

Y mi imaginación, a mi pesar, te recobrará de nuevo Mariela, tu recuerdo volará sobre alguna canción de Tom Waits.

“Baby I know

I'd be luckier to walk around everywhere I go

with this blind and broken heart

that sleeps beneath my lapel.

Still these blue valantine…”.

Al son de ese viejo blues, rodearé con mis brazos a mi querida, odiada y amada soledad e intentaré no volver a pensar en nada, ni siquiera en ti Mariela.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Comienza el espectáculo.


Se acercan unas nuevas elecciones, todo está preparado, los partidos políticos desengrasan su retórica para moldearla a los nuevos usos y costumbres, pues no está de más adaptarse a los nuevos tiempos que discurren a toda velocidad. Tanto redes sociales como foros de opinión han sido tomados al asalto para dejar plasmadas sus consignas, ocultas bajo el disfraz de anónimos opinadores, para de esta forma impregnar con sus mensajes todo cuanto pueda oler a posible captación de adeptos. Unos miran un poco más a la izquierda, otros un poco más a la derecha pero ambos (los dos partidos mayoritarios) focalizan todos sus recursos hacia el centro, lugar de encuentro común de ambas formas de hacer política. Esto cada vez provoca más que al personal votante le empiece a dar igual votar a uno que a otro.

Con todo esto de por medio, los ciudadanos asistimos, como viene ocurriendo cada vez que se avista en el horizonte unas elecciones, al levantamiento de una nueva carpa circense (aunque como en los circos de verdad sea la misma de siempre) y bajo ella tendremos las mismas, también, actuaciones estelares de siempre. Pero lo peor de tan esperpéntico espectáculo es la perplejidad con la que lo contemplamos. Porque una de las consecuencias más negativas que nos ha traído esta sociedad del bienestar en la que vivimos (para unos más que para otros), es un saldo de sociedades civiles inertes, carentes de toda esperanza y sumidas en un desasosiego más que preocupante.

Y como acompañamiento a toda esta farándula, contemplamos a diario en los medios la desvergüenza con la que toda la diversidad de chamanes que dirigen el sistema abusan sin escrúpulos de la mayoría de la población. Y son del todo reconocibles, pudimos verles fotografiados en el semanal de El País allá por el mes de noviembre pasado, y si la memoria no me falla ya antes se habían reunido con el presidente Zapatero entregándole un documento titulado “Transforma España”, donde se definía al ciudadano español como un mero y simple productor de valor económico (cosa que ya sabíamos pero nunca se había dicho con tanto descaro). Empresarios y magnates (*añadamos a esta última palabra una letra más alterando el orden y obtendremos la verdadera palabra que los identifica) en su mejor pose exponiendo su doctrina más radical, mientras impotentes ciudadanos y ciudadanas vencidos por la perplejidad e invadidos por un profundo sentimiento de desconcierto e indignación contenida asistimos a otra representación circense, previa a cualquiera de las elecciones que toque. Las próximas serán municipales y autonómicas, aunque los aparatos de los partidos escenificarán los papeles aprendidos de siempre, quedando el ciudadano en último término, porque lo que verdaderamente importa es el preciado botín en forma de voto.

Voto cuyo único objetivo es el de “que gane el mío”, o si no es el mío porque no soy de ninguno que gane, al menos, el menos malo o el que estaba, porque “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. A una gran parte de la población la verdad ha dejado de importarle. De hecho ha elegido no verla aunque se la pongan delante, si no le conviene. Vivimos cada vez más en un mundo en el que la gente se siente incómoda ante cualquier posibilidad de cambio, pues esto le genera dudas sobre la posibilidad de mantener su actual status aunque esté cada vez más empequeñecido y arrinconado. Aptitud más propia de niños y ancianos que niegan la realidad adversa y prefieren no enterarse de lo que pasa. Estrategia esta usada por los adultos para contentarlos y no darles disgustos, ocultando las malas noticias y engañándolos con “mentiras piadosas”. Y para los políticos no existe nada mejor ni más cómodo que esto: un electorado infantilizado, que no le importa que se le mienta. Pues en la mentira se sienten más a gusto y felices aunque sea a costa de perder más libertad.

Acomódense en sus butacas todos aquellos a los que todavía les queda un poco de sentido crítico, observen y rían por no llorar porque el espectáculo no ha hecho más que empezar –que por cierto cada vez empieza antes-.

*magnates=mangantes.

domingo, 6 de febrero de 2011

Mañaná será otro día.

Suena el despertador. Son las 6:00 AM. Ella se levanta sin hacer ruido. El permanece dormido, ausente. Ella termina de despertarse con una rápida ducha de agua caliente, no hay tiempo para más. Después termina de arreglarse. Extraña forma de nombrar el acto de vestirse y asearse, lo curioso del asunto es que solo se aplica cuando la acción se refiere a una mujer, piensa. Las mujeres necesitan arreglarse antes de salir a la calle, antes de presentarse en público. Los hombres, no. Los hombres tan solo se visten.

Pone a calentar una taza con leche mientras se termina de hacer el café. Se sienta dos minutos a esperar a que el sonido de la cafetera le avise de que el café está en su punto. Mientras espera sigue pensando. Por su cabeza gravitan ideas fugaces, rápidas. Entran y salen de su cerebro sin dar tiempo a poner orden, sin conclusión alguna. Tan solo son pensamientos, algunos inverosímiles, que pasan a toda velocidad. La misma con la que cada mañana se arregla, desayuna y se marcha al trabajo.

El sigue durmiendo. Ella se pone el abrigo, ser enrolla un pañuelo al cuello, cuelga su bolso sobre el hombro y cierra la puerta de la calle tras de sí. No hay mucho tiempo. En tan solo 30 minutos tendrá que estar en su trabajo. No está muy lejos, piensa, por lo que si no hay muchos problemas con el tráfico llegaré puntual.

Son las 8:00 AM. Ella estará ya en su trabajo, piensa él mientras se despereza sobre la cama. Un día más, o un día menos todo depende como se mire. La botella medio vacía o media llena. Pero que estupideces se me ocurren. Mejor me levanto y me ducho con agua fría, puede que así deje de pensar en idioteces.

Por fin se levanta. El agua fría de la ducha le despeja. Después piensa en afeitarse pero termina desestimando esa opción. Piensa que no vale la pena mejorar el aspecto. Hoy ni se vestirá para desayunar. Permanecerá en pijama. No hay motivo para ponerse ropa si no se va a salir a la calle. Estaré más cómodo en pijama. Total para lo que hay que hacer.

No hace café, aprovecha los restos que dejó ella para mezclarlos con un poco de leche calentada en el microondas. Busca algo en los armarios para mojar. Encuentra unas galletas. Se sienta junto a la ventana de la cocina. El día es gris. Parece que vaya a llover. Observa a una vecina tendiendo la ropa. Sí, va a llover, piensa. Se le mojará todo. En fin, ella sabrá.

Termina el desayuno. Se levanta y deambula por la casa. No sabe qué hacer. Si al menos tuviera hijos aprovecharía el tiempo para cuidar de ellos, piensa. Les llevaría al colegio, les prepararía la comida, les recogería cuando acabaran las clases. No sé, mi cabeza, al menos, estaría ocupada. Sí, definitivamente hoy no saldré para nada a la calle. Estoy cansado. Me quedaré en casa aunque no tengo ninguna gana de hacer las tareas domésticas.

Vuelve a la cocina. Abre el frigorífico. No hay nada que me guste para comer. Me haré un bocadillo, piensa. Últimamente no tengo mucha hambre. Será que no quemo calorías. Debería hacer deporte, no sé algo que desentumezca mis músculos. Pero hace frío. Lo dejaré para la primavera o para el verano. Apetece más. En fin, veré que echan por la tele.

Enciende la televisión. Zapea de un canal a otro medio tumbado sobre el sofá. No hay nada, piensa. Normal, a estas horas que coño va a ver. La televisión es una mierda. Todo es una mierda. Estoy hasta los güevos. Mierda de no tener nada que hacer.

Apaga el televisor. Arroja el mando a distancia contra el respaldo del sillón situado enfrente. Se recuesta sobre el apoyabrazos del sofá. Intenta no pensar en nada pero no puede. Desde que se quedó en el paro hace casi dos años no hace otra cosa que pensar. Pensar y pensar. Darle vueltas y más vueltas a la misma cuestión. Soy demasiado mayor por eso no encuentro trabajo, piensa. A mis 45 años ya no soy productivo. Tengo estudios y experiencia, pero no sirven. Las empresas quieren gente joven. Lo entiendo, los jóvenes también tienen que trabajar. Pero yo tengo experiencia y ganas y también necesito trabajar. Pero eso no sirve. No encontraré nada. Y encima la puta crisis. Esto es una mierda. No aguanto más. No sé qué hacer. Todos los días son iguales. Me siento culpable. Algo debo de hacer mal, seguro. Quizás no busco lo suficiente. Pero llevo ya más de 30 entrevistas y mi currículo lo he enviado más de cien veces. Aún así seguro que algo estoy haciendo mal. Siento que ya no sirvo para nada. Qué pensará ella de mí. Terminará cansándose. Creo que ya no me quiere igual. Seguro que tendrá algún amante. Últimamente está rara. No la culpo. Ya no soy el mismo. Siempre quiso tener hijos y yo no. Me excusaba diciendo que si trabajamos los dos era mejor no tenerlos porque no podríamos ocuparnos debidamente de ellos. Qué ironía. Ahora uno de los dos no trabaja y no tenemos hijos. También en eso tengo la culpa. Y es demasiado tarde. Demasiado tarde para todo. No queda tiempo para muchas cosas, sin embargo ahora tengo todo el tiempo del mundo. No me equivoco cuando digo que todo es una mierda.

Ella vuelve del trabajo. El permanece tumbado sobre el sofá mientras mira un estúpido concurso televisivo. Ella se acerca y saluda. Antes se besaban, ahora tan solo intercambian un hola y un cómo te ha ido. El responde que igual que siempre sin dejar de mirar la televisión. Ella le mira durante unos segundos en silencio y se marcha al dormitorio. El gira su cabeza y la ve marcharse. Mañana será otro día, piensa.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Revueltas populares en Egipto y Túnez.

Siento gran emoción cuando veo las calles, avenidas y plazas de Egipto abarrotadas de ciudadanos y ciudadanas pidiendo pan, dignidad, libertad y democracia. Antes lo pudimos ver en Túnez. Y siento también una franca envidia ¿qué nos hace falta a nosotros, ciudadanos y ciudadanas del estado español para salir a la calle? Es evidente que nuestra situación no es ni mucho menos parecida (aunque tuvimos 40 años para salir a la calle y expulsar a nuestro dictador más reciente y dejamos que muriera en la cama), pero ¿no es motivo suficiente para salir a la calle la tasa brutal de desempleo, una educación con un índice de fracaso escolar y abandono de los más bajos de la UE, la corrupción política que no cesa, la inoperancia e ineptitud de nuestros gobernantes y opositores, el que los bancos sigan beneficiándose de una crisis provocada (en parte) por ellos, la falta de expectativas laborales y, sobre todo, el pesimismo en el que nos han instalado los que manejan los hilos del Sistema?

Por supuesto se le pueden sumar más motivos pero creo que estos serían suficientes como para provocar un estallido popular (que poco me gusta esta última palabra) que nos despertara y nos sacara de este “pasotismo” en el que nos hemos instalado. Es realmente terrible pensar en lo que puede impulsar a una persona a inmolarse como lo hizo el joven tunecino que prendió fuego a su cuerpo en plena calle para, ante las autoridades del pueblo donde residía, pedir justicia. Y como una macabra reacción en cadena, otros también han seguido su ejemplo en Egipto o Mauritania.

Tenemos mucho que aprender de los “parias” de la Tierra que, ante la desesperada miseria en la que viven, se levantan y al menos gritan y son capaces de agitar las conciencias de nuestro acomodado y anestesiado primer mundo.

Pero siento también vergüenza por cómo se miran los acontecimientos desde Occidente. Ni condenas explícitas ni apoyo al pueblo que se manifiesta democráticamente en las calles. Sin hablar de todos estos años en los que se ha tratado con beneplácita condescendencia a ambos regímenes. Por fin hoy, sin ir más lejos, se ha expulsado de la Internacional Socialista tanto al partido del ex presidente tunecino Zine el Abidine Ben Ali como al del todavía presidente egipcio Mubarak ¿cómo podían pertenecer a una institución supuestamente socialdemócrata semejantes sátrapas?

Por otro lado, me invade también la duda pues ha habido claros ejemplos de revoluciones en los países que profesan el islam que no son modelos a seguir (sin ir más lejos la ocurrida en Irán en 1979 que trajo consigo un régimen dictatorial y teocrático) y que sus resultados revolucionarios no fueron ni mucho menos democráticos. Por tanto, espero y deseo que los gritos de egipcios y tunecinos pidiendo “pan y democracia” no se transformen en “burka y teocracia”.

martes, 1 de febrero de 2011

A todos los que, en un mundo cada vez menos lúcido, mantienen encendida la llama de la lucidez.

"...El despertar de la lucidez puede no suceder nunca pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo y cuando llega se queda para siempre.Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se lo quiere aceptar, que la vida nace con la muerte adosada. Que la vida y la muerte no son consecutivas sino simultáneas e inseparables.Si uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y rutinas en las que no cree es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan banal que no se puede vivir como una tragedia.


(…)

La lucidez es un don y es un castigo. Esta todo en la palabra. Lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio. Pero también se llama Lucifer el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer y Lucifer viene de Luz y de Fergus, que quiere decir el que tiene luz, el que genera luz, el que trae la luz que permite la visión interior: el bien y el mal, todo junto, el placer y el dolor. La lucidez es dolor y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría será el placer de ser consciente de la propia lucidez. El silencio de la comprensión, el silencio del mero estar. En esto se van los años. En esto se fue la bella alegría animal.

(…)

El lúcido puede seguir viviendo mientras conserve el instinto de la especie, el impulso vital. Es muy posible que con los años esa fuerza instintiva y oscura se pierda Es necesario entonces apelar a algo parecido a la fe, hay que inventarse un motivo, una meta que nos permita reemplazar el impulso animal que se ha perdido por una voluntad fríamente racional. Pero esa voluntad es un motor muy difícil de mantener. De repente sin motivo se va, se apaga, desaparece. Es entonces cuando se sigue o no se sigue. Se puede o no se puede. Y si no se puede no hay culpa. No importa el amor de los otros, ni el amor que uno siente por ellos. Si uno no sigue, todo sigue sin uno y sigue igual. Todo pasa, la ausencia pasa. Se conoce la muerte antes de morir. Es un final antiguo, rutinario y común, es un final deseado que se espera sin temor porque uno lo ha vivido ya muchas veces. Todo da igual."

Lugares comunes, Adolfo Aristarain