Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

lunes, 28 de febrero de 2011

Dos microrelatos.


CUANDO LA SUERTE ESTÁ ECHADA.



Jugarse la vida a cara o cruz es como desafiar a la ruleta rusa pero sin pistola. Da igual el método: lanzar una moneda al aire, tirar los dados, echar las cartas, jugar a los chinos… Si la partida es humana quedarás en manos del azar. Cincuenta por ciento de probabilidades a favor, cincuenta en contra. Pura ley matemática de probabilidades. Pero cuando crees que por usar otro método confiándoselo todo a las leyes de Murphy, la suerte va a estar de tu lado, también te equivocas: lanzar una tostada al aire creyendo que caerá por el lado de la mantequilla es una buena jugada siempre y cuando el contrincante no sea el mismísimo Dios.



ÚLTIMO DESEO.


La situación era bastante difícil. Que te pillen con la mujer de otro en la cama, y que ese otro lleve una pistola con la que te apunta a la cabeza, no deja muchas salidas. Salvo si te conceden un último deseo antes de morir. No sé muy bien a que vino tamaña estupidez, pero lo cierto es que allí estaba, en pelotas, junto a la mujer de otro, en aptitud “poco decorosa” y con el cañón de un revólver pegado a mi sien pensando en cuál sería mi último deseo.

 No lo dudé mucho no fuera a arrepentirse mi accidental verdugo. Así pues, confirmando antes, aunque fuera llamémoslo así poco elegante mi petición, si sería concedida, le pedí a mi verdugo que no fuera yo el ajusticiado si no su mujer. Tras dudar unos segundos, el pistolero disparó primero a su mujer y luego a mí. Preguntado antes de viajar al otro mundo el por qué no se me concedió el deseo, la respuesta fue rápida y sencilla:

-También le pregunté a mi mujer y me pidió que el ajusticiado fueras tú. No me quedó más remedio que mataros a los dos-.


1 comentario:

  1. desde trinchera digital. soy Grándola.
    Es muy interesante lo que he leido en este sitio. Gracias por el buen rato que he pasado: con los microrelatos... Salud

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