Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

jueves, 16 de febrero de 2017

SOBRE PERROS Y HUMANOS.


"Debidamente entrenado, el hombre puede llegar a ser el mejor amigo del perro".
Corey Ford.

I.

Despertó volviendo la mirada hacia su perro, que allí estaba junto a su cama, esperando como desde que era cachorro una caricia, una mirada de complicidad, un ¡vamos, comencemos el día jugando! Pero no entendía ni uno solo de sus ladridos.

Siempre pensó que a aquél animal solo le faltaba la cualidad del lenguaje, el humano por supuesto, para ser perfecto y, sobre todo, para poder entender qué demonios quería. Su mirada, sus gestos, sus movimientos de cola, sus ladridos, todo el compendio de medios que utilizaba su perro para intentar comunicarse le maravillaba aunque nunca llegara a comprenderlo.

El perro, como en otras ocasiones, parecía querer decir algo, pero como siempre ni con miradas de profundidad inigualable, ni con movimientos de cola y ladridos de lo más elocuentes, parecía encontrar la manera de ser entendido. A pesar de todo el esfuerzo su dueño seguía con la perplejidad acostumbrada.


Así pues, como de costumbre, se dio media vuelta y optó por tumbarse, enroscado sobre sí y resignado como siempre y en el lugar de siempre, comprobando por enésima vez cómo su dueño seguía siendo tan humano, también, como siempre.

II.

Noto que ya nada es como antes. Me sirve igual que siempre mi plato de comida, pero desde hace unos días algo ha cambiado. Ahora va siempre acompañada de un ingrato e incómodo silencio. Yo devoro cada bolita de carne con la misma ansiada impaciencia de siempre pero cuando termino ya no acaricia mi lomo, ya no se dirige hacia mí con la dulce entonación que acostumbraba.

Mi instinto me dice que algo no va bien. Puedo oler la amargura que brota de sus ojos en forma de lágrimas y saborear su derrota cuando deja caer la mano que antes los restregó y ahora lamo en el intento de succionar hasta la última pena. Pero todo es inútil. Algo me insiste por dentro que se acerca la tragedia y por más que me vacío en mis ladridos no consigo que nadie acuda en mi ayuda, en la suya, la de mi compañera de juegos, de complicidades, de ternuras infinitas al calor de una chimenea, nadie acude y yo quedo solo contemplando como se balancea el cuerpo de mi dueña colgado del techo de la cocina.


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