Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

miércoles, 14 de julio de 2010

Ardor patriótico.

Acabó el mundial de fútbol y terminó también el delirio patriótico que ha invadido calles, casas (son incontables las banderas colgadas de balcones y ventanas) y centros de trabajo. Porque más allá del triunfo deportivo subyace, en unas regiones de España más que en otras, la necesidad de sentirse español sin sentir vergüenza por ello. Hasta ahí todo podía ser bien aceptado si no fuera por lo que sigue significando para algunos, entre los que me encuentro, ser español, España y su símbolo abanderado más allá de los derechos y obligaciones jurídicas y administrativas que conlleva pertenecer a un determinado país. Pues no me olvido de que todavía seguimos perteneciendo a un régimen instalado en la aparente “confortabilidad” y “seguridad” que nos brinda la Monarquía. Algo que resulta innegociable para (puestos a elegir) un republicano como yo a la hora de “abrazar” la actual bandera española (vaya también por delante que no soy demasiado partidario de bandera alguna, no sé explicar porqué pero todas me producen cierto “repelux”).

Pero es que además de no suscitar en mí ninguna simpatía la familia real y todos sus allegados, tampoco son santo de mi devoción ciertas premisas de índole jurídico, administrativo y político que sustentan el actual edificio “democrático” : ley de D´Hont, división territorial, modelo económico, educativo, relaciones exteriores y organización interna de los partidos políticos, por poner algunos ejemplos. Con todo esto se me hace muy cuesta arriba sumarme a ese ardor patriótico desencadenado por la selección de fútbol, y eso que no me produce problema moral alguno declararme futbolero y admirador del juego desplegado por dicha selección en el mundial de Sudáfrica.

Porque como dice Martín a su hijo H en la película de A. Aristarain, Martín H, “El que se siente patriota, el que piensa que pertenece a un país es un tarado mental, la patria es un invento”, un poema romántico escrito en el siglo XIX. Resulta imposible identificarse con un país, con una comunidad, ni siquiera con tu ciudad. Como mucho te puedes identificar con tu barrio, con el lugar donde creciste y alguna vez fuiste feliz, no más. Que tengo que ver yo con un andaluz, un catalán o un vasco, son un número, una estadística sin cara. “Uno se siente parte de muy poca gente, tu país son tus amigos (tu familia) y eso sí se extraña, pero se pasa”, siguiendo con este diálogo sin desperdicio entre padre e hijo en dicha película.

Pues eso, como reza el anuncio de los almacenes de muebles suecos: que "¡Viva la República Independinte de mi Casa!".

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