Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

martes, 27 de julio de 2010

Habitación 204.

Entro en la habitación 204 del hospital de Getafe. Entre las dos camas que ocupan la sala, sentado en un gran butacón, aguarda en silencio un hombre mayor, su edad debe estar próxima a las ocho décadas. Viste pijama hospitalario. Enfrente tiene a una mujer de su misma edad sentada en otro de los butacones. Ambos están en silencio, con las miradas perdidas que solo aciertan a encontrarse cuando se percatan de mi presencia.

Veo a este hombre enfermo y me transfiere en su mirada, que ya no está ausente, toda la vulnerabilidad de quien se siente perdido, solo, aturdido, con miedo. Su cuerpo, su persona, es ya la de un anciano desvalido en la espera de un futuro que se le debe presentar, de manera machacona en cada uno de sus pensamientos, del todo incierto. La anciana que está sentada frente a él pareciera que sus pensamientos transitaran lejos de ella, lejos de todo, ni siquiera se recobran cuando intercambiamos un corto saludo. Parece como si quisiera evadirse de una realidad que, de nuevo, la supera. Dos ancianos en la recta final de sus vidas. El que está enfermo, quizás más enfermo de lo que aparenta le han diagnosticado cáncer de laringe. El tabaco hizo estragos durante demasiados años en su maltrecha garganta. El próximo jueves le operan, le extirparán la laringe con la intención de frenar el posible avance de un tumor que, de momento, tan solo le ha segado la voz. La anciana también está enferma; su esqueleto es incapaz de soportar por más tiempo un cuerpo que parece no le perteneciera y se le ha empezado a desquebrajar. Sus caderas necesitan de la ayuda de unos refuerzos metálicos incrustados en su cuerpo. Fueron muchos años de oscuro trabajo de ama de casa abnegada, de tejedora incombustible de cortinas en los pocos ratos libres que le dejaban sus siete hijos. Seis partos –uno de ellos doble- que también minaron su cuerpo.

Ambos permanecen en silencio. Ambos esperan como todos los que llegados a cierta edad no les cabe otra posibilidad. El futuro, supongo, debe estar para ellos, como para todos los de su edad, más bien en un lugar cercano al pasado. Su futuro, sigo suponiendo, es el día a día, pensando en pasado, sumergido en los recuerdos de unos tiempos que, a pesar de todo, fueron mejores. Afrontando cada jornada con sus achaques, con sus rutinas, con su forma de estar en la vida. Un día más o un día menos pensarán. Desde la sala de espera que supone entrar en esta etapa de la vida aguardan su turno.

Hoy no me siento flex, será por eso que lo veo todo de color gris, no llega a oscuro, pero gris. Como el pelo canoso de estos ancianos.

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