Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

miércoles, 22 de febrero de 2012

CARNAVAL, CARNAVAL (2ª PARTE).


EL TIGRE (2º PARTE, CONTINUACIÓN DE LA ANTERIOR ENTRADA)

...también a su amante, su secretaria, a la que llevaba tiempo prometiendo el tópico del divorcio y casamiento posterior con ella, que por supuesto era su “verdadero amor”. Tan verdadero que en esta ocasión llevaba como compañera de alterne a una jovencita que parecía tener bastantes años menos que incluso de los que aparentaba, a pesar del disfraz y maquillaje abundante con el que adornaba el personaje con el que quería, supongo, ocultar su verdadera edad. Aunque el alcohol pudiera oscurecerme en parte la razón, podría asegurar que se trataba de una menor. El señor Javier Campuzano en persona, director comercial de Aplicaciones Publicitarias S.A., había tenido la osadía de vestirse de presidiario con el traje típico a rayas horizontales negras, gorra haciendo juego y bola negra con cadena sujeta al tobillo y salir de juerga nocturna con nada menos que una menor. Lástima no tener cámara de fotos en ese momento –pensé para mis adentros- porque la venganza hubiera sido del todo placentera. Se acordaría de tantas humillaciones por las que nos había hecho pasar a todo los integrantes de su empresa, sobre todo al sector femenino. Pero lo mejor estaba por llegar tan solo unos instantes después.
Me acerqué hasta los presidiarios, no sin antes chocar con la coneja que corría despavorida hacia los lavabos, para cerciorarme de que tras mi piel de tigre no era reconocido. Y efectivamente, o bien era la coca, o el alcohol o mi disfraz, pero mi jefe, al menos eso parecía, era incapaz de ver que debajo de aquel peluche rallado estaba el único cabronazo que le intentaba dejar en ridículo siempre que tenía oportunidad. Lo cual no es excusa ni mucho menos para que éste, a su vez, me encomendara las tareas que nadie quería hacer o las más absurdas e innecesarias, además de negarme siempre cualquier tipo de mejora económica.

Mientras me hallaba sumergido en estas elucubraciones se acercó un mosquetero con cámara en ristre con la intención de que le sacara una foto junto al resto del grupo. Si mi cultura popular no me falla creo que eran tres los mosqueteros de la famosa novela de Dumas, pero estos eran seis. Su disfraz era impecable y realmente si no fuera por el número cualquiera podría creer que eran ellos, los auténticos tres mosqueteros más Dartagnan y otros dos más.

Al acabar de terminar no con una, si no con varias fotos en diferentes poses –bebiendo, saludando, brindando y con el grito de todos para uno y uno para todos- les pedí, si eran tan amables, que me dejaran la cámara para poder sacar unas fotos de un grupo de amigos que no volvería a ver más, y que me hacía mucha ilusión plasmar para la posteridad aquellos momentos irrepetibles. Yo les daba una dirección de correo electrónico y ellos me las enviaban a mi ordenador personal. No hubo ningún problema por lo que mi venganza estaba en marcha. Aquél capullo en versión chunga de Al Capone fugado del presidio me las pagaría todas juntas.

Me giré con la cámara y muy disimuladamente fui lanzado disparos fotográficos hacia el grupo de presidiarios, sacando unos buenos primeros planos de mi jefe, que parecía además ser también el cabecilla del grupo, aspirando con cierta torpeza pero sonoramente una colosal raya de polvo blanco rematando la faena con un buen trago de cerveza. Pero el mejor plano que pude obtener ocurrió cuando su cabeza cayó desplomada sobre la mesa con un gesto de risa incontrolada mientras su acompañante femenina, vestida de cabaretera años 20, trataba de reanimarle.

Ya sólo cabía esperar el envío del esperado mail. Di las gracias a Aramis y le devolví su cámara haciéndole una reverencia al estilo mosquetero. Un sutil re gustillo recorrió mi garganta cuando después de devolver la cámara bebí el último sorbo de mi copa. Por fin empezaba a tener la sensación de que la suerte iba a tornarse en mi favor.

Me dirigí de nuevo a la barra para pedirle a Charlie Rivel otra copa. El lagarto andaba ahora intentando convencer a una enfermera con perilla que lo mejor era abandonar el local, pues según su teoría el alcohol que servían era de garrafón. Y creo que algo de razón tenía, pero llegados a cierto punto, y en lo que a mí respecta, no sabría distinguir un “escocés” de un “segoviano” ni aunque le pusieran a la copa una falda con cuadritos.

Debió de parecerme adecuada, también a mí, la idea de abandonar el local porque después de beberme en dos precisos tragos mi copa intenté, no sin grandes dificultades, acceder a la puerta de salida del garito. Antes de encontrarme en la calle puede observar por última vez como el grupo de presidiarios intentaba despejar a base de collejas al estúpido de mi jefe que, recostado sobre sus brazos y estos sobre la mesa, parecía haber entrado en otra dimensión planetaria más acorde con el ambiente del local.

Se había echado la noche encima. Febrero suele ser un mes frío en Madrid, sobre todo cuando era tan especialmente seco como éste. La coneja corría despavorida envuelta en llantos mientras una bruja, con cepillo en vez de escoba, intentaba retenerla, imagino que para su posterior consuelo. Doblaron la esquina rápidamente y pronto les perdí de vista. Apoyados en un Golf de color rojo, el lagarto y la enfermera con perilla discutían acaloradamente mientras fumaban lo menos parecido a un cigarro. Me dirigí a unos dos o tres bares de copas más, ya no recuerdo el número, hasta que decidí dar por finalizada la noche. Mi alter ego felino me susurró al oído cual Pepito Grillo que lo mejor era marcharnos para casa.

Al salir del último bar, y mientras caminaba, me invadió una extraña sensación. Quizás fuera el alcohol o realmente fuera ese golpe de lucidez que te llega de vez en cuando, en esos momentos en los que el grado de embriaguez todavía no te ha hecho perder el juicio –si es que alguna vez se tiene- y las puertas de la mente se abren de par en par. Lo oscuro recobra la luz, lo confuso se transforma en certeza, los nudos se deshacen solos. Fue entonces cuando tuve la sensación de que mi espíritu felino hubiera sido lanzado hacia un viaje chamánico cuyo destino fuera el reencuentro con la lucidez. Como en esas pelis de kung fu, la fuerza del tigre se había apoderado de mí. Un subidón tremendo me hizo percibir las cosas de otro modo. Si el día había comenzado con ciertas inclinaciones autodestructivas y depresivas, con el paso de las horas y debido a la confortabilidad que me proporcionaba el alcohol y la metamorfosis felina, estaba acabando de manera inversamente proporcional a su comienzo. Siempre había pensado que de Thanatos a Eros –o viceversa- se pasaba de la manera más insospechada y azarosa, pero nunca hubiera imaginado que necesitara de tan extraña transición.

Por las calles seguían, a pesar de la hora, transitando seres metamorfoseados de un lado para otro. Extraño mundo el que ahora se presentaba ante mis ojos, que ya no vislumbraban la realidad de la misma forma. La placidez y una cierta y confortable paz interior me hacían percibir las cosas desde puntos de vista bien distintos. El astronauta, apoyado en una esquina, vomitaba junto a un contenedor de basura. Yo estaba a punto de hacerlo. Me paré entre dos automóviles y eché, como se suele decir en estos casos, hasta la primera papilla. Tras innumerables arcadas no me quedó otro remedio que sentarme en el bordillo de la acera y esperar a que el mareo desapareciera. Mientras tanto, procedí a encender un cigarrillo y echar unas caladas cual chamán amazónico, lo cual fue de gran ayuda para recapitular sobre las premisas que me habían llevado hasta el actual acontecer existencial. Aunque sin una clara y definida conclusión pues a lo único que me ayudó fue a enumerar uno a uno los distintos acontecimientos surrealistas, y yo diría que inmerecidos, que me habían llevado a no importarme perder de manea tan bochornosa la poca dignidad que me quedaba. Pues que te abandone tu mujer por tu mejor amigo es una putada tremenda, pero lo que verdaderamente duele no es el abandono propiamente dicho, si no que los muy cabrones se las apañaran para ocultármelo durante más de un año, sin que se les notara el más mínimo desliz. Pero eso, aún siendo una guarrada impresionante, no había sido lo peor, ni mucho menos. Que el trabajo suponga una tortura diaria tampoco. Que te chuparas cinco años de universidad, dos de máster, tres de inglés, dos de informática aplicada y que no te sirviera nada más que para acrecentar los éxitos y por extensión los beneficios de tu jefe, sin recibir ni tan siquiera una palmadita en la espalda, tampoco sigue siendo lo peor. Que tu médico te diga por error que padeces una enfermedad incurable el mismo día que te enteras del abandono de tu mujer puede hasta resultar una broma, aunque de dudosa gracia todo hay que decirlo, pero tampoco es lo peor. El mayor de los males, la putada suprema, lo peor de lo peor a mi entender es que te des cuenta de que todo lo vivido la noche que creíste que tu vida por fin cambiaría fuera tan solo un sueño, una mera fantasía tejida por una necesidad imperante de cambiar de rumbo, de encontrar otro escenario diferente donde comenzar una nueva función que no vuelva ser una tragicomedia. Que fuera, como en el sueño, un sainete, un divertimento absurdo pero con gracia donde reír sin llorar sea la raíz del guión. Mi vida hasta hoy no deja de ser tragicómica y el cansancio y la derrota no hacen más que volver a precipitarme hacia el alcohol y los sueños, y últimamente más bien pesadillas. Única manera en la que encuentro una escapatoria donde refugiarme y permanecer ausente, fuera de circulación. Este fue un sueño diferente donde siendo tigre conseguí poner las cosas a mi favor, y donde como en una fuga onírica logré escapar de una realidad para nada confortable. Pues cuando después de emborracharme consigo conciliar el sueño, es como si consiguiera escapar de la realidad y de los acontecimientos incontrolables por los que como un caballo desbocado cabalga últimamente mi vida.

El sueño fue encaminándose hacia su término cuando apurando el cigarrillo me incorporé no sin ciertas dificultades. Paré un taxi, al volante iba un pingüino, le pedí que me llevara a cualquier parte. Su destino fue despertarme entre sábanas empapadas de sudor y sin compañía alguna. Ahora, tras escribir este relato, pienso que resultaría verdaderamente placentero sumergirme en un sueño eterno donde ser tigre de nuevo, aunque fuera de peluche, pues creo reconocerme mejor envuelto en la estúpida estampa carnavalesca de un disfraz de tigre.

Fin.

1 comentario:

  1. Muy bueno. Vendré por aquí a menudo. Me ha gustado lo que he leído.

    Ánimo y saludos.

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