Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

jueves, 23 de enero de 2014

DE MUJERES Y HOMBRES.

                                           

I.

Mi mujer me regaló por mi cumpleaños una noche de hotel para dos, sin niños. Todo iba bien hasta el momento, en el que desnudos sobre una cama deshecha y después de hacer el amor un par de veces, sin apagar la luz, como dos desconocidos, con una furia y una pasión olvidada, ella enciende un cigarrillo y me ofrece una calada, aunque sabía perfectamente que dejé de fumar hace años. Fue entonces cuando comenzó a hablar de sus hijos, de su trabajo, de su vida vacía. Aunque desconcertado, la escuché en silencio. No dije nada pues quería entender que aquello formaba parte del morbo del regalo, y que cuando regresáramos a casa mi mujer volvería a ser la de antes.

Cuando dejamos el hotel y subimos al coche la observé mientras se abrochaba el cinturón, entonces creí que había recuperado a mi esposa, pero cuando llegamos a casa, y después de recoger a los niños, me dijo que había estado con un amante y que quería el divorcio. Sigo desconcertado y sin entender nada.

II.

La mujer que, desde hace exactamente un mes, vive con nosotros es una extraña. Juro que no la había visto en mi vida. Todo comenzó cuando al salir de casa para ir de compras y esperar a que mi mujer, la auténtica, subiese al coche, me llevé la sorpresa de no ser ella la que subió si no esta otra, que ahora además de cuidar de mis hijos comparte conmigo la cama. Al principio me resultaba algo incómodo y hasta violento, pero a medida que fue pasando el tiempo, tanto mis hijos como yo, nos fuimos acostumbrando al cambio. Es más, hasta empiezo a pensar que prefiero que mi mujer, la auténtica, no vuelva jamás.



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