A pesar de todo sigo navegando. La
procelosa mar de las ondas cibernéticas sigue meciendo este navío desde el que contemplo
el devenir de los tiempos. Tras mucho navegar nada parece haber cambiado
después de traspasar tantas fronteras y otear tantos horizontes. En
estas corrientes marinas cargadas de tanta energía parece como si el
tiempo se hubiera detenido. Todo sigue igual. El laberinto espacio temporal por
el que transcurren estas aguas, a pesar del constante cambio del que se
alimentan, pareciera haber caído en una inesperada monotonía. Quiero imaginar
que esta inquietante contradicción sea tan solo pasajera y que tras la aparente
“tranquilidad” vuelvan a sucederse acontecimientos que sacudan mi navío de proa
a popa.
Encaramado al palo más
alto de este virtual navío contemplo el horizonte plano de esta gran, y a la
vez frágil, bola azul en la que vivimos y también viajamos alrededor del Sol. Esa
estrella tan cercana, fuente de toda la vida de la Tierra, tan cegadora que no
nos permite mirarla directamente a los ojos. Aquí, desde lo alto, observo esta
pequeña plataforma flotante bajo mis pies y no dejo de pensar en lo pequeños
que somos. Minúsculas centellas entre millones de galaxias. Una gota de agua de
una ola entre millones de olas que perecen en la arena de cualquier playa.
(Mi corazón late fuerte y rápido. Explota
y estalla en busca de abrazos, de besos, de ternura. Me siento en paz conmigo
mismo y porque no con este mundo tan complejo. Y te siento llegar. Solo puedes
ser tú. Pues noto ese barro cálido con el que me moldeas. Acariciando mi cara
con esas manos llenas de mi arcilla. Dejaré que me moldees a tu gusto pero
recuerda que soy a la vez nieve y fuego).
Aunque esta noche el calor sigue abrasando cerebros no bajaré
todavía hasta la proa, no me pondré a cubierto, no agarraré el timón, dejaré
que a este cascarón de teclas lo siga meciendo la procelosa mar de las ondas
cibernéticas.
Porque "cae fuego en lugar de maná" (como cantó Aute). Fuego de
verano que nos atrapa de manera brusca, sin concesiones, sin más recurso al escape que el aire acondicionado (¡que me perdone la Madre Tierra!).
Ahora que siento algo de frescor sobre mi piel, siento el efecto anestésico que paraliza y habitúa a seguir soportando este calor soporífero, también metafórico, que va desgastando la memoria del pasado y el deseo de abrirse paso al futuro. Lo malo es que este calor puede ser también sumamente persuasivo para que la gente se quede dormitando en alguna circunvolución de su cerebro, quejándose de casi todo, haciendo apenas nada. Pero no quiero caer, no quiero sumergirme en ningún pesimismo que, a pesar de todo, socave la belleza del paisaje que abraza hoy mis pensamientos.
Ahora que siento algo de frescor sobre mi piel, siento el efecto anestésico que paraliza y habitúa a seguir soportando este calor soporífero, también metafórico, que va desgastando la memoria del pasado y el deseo de abrirse paso al futuro. Lo malo es que este calor puede ser también sumamente persuasivo para que la gente se quede dormitando en alguna circunvolución de su cerebro, quejándose de casi todo, haciendo apenas nada. Pero no quiero caer, no quiero sumergirme en ningún pesimismo que, a pesar de todo, socave la belleza del paisaje que abraza hoy mis pensamientos.
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