Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

domingo, 20 de febrero de 2011

La entrevista.


En las múltiples entrevistas que había tenido hasta la fecha nunca se había encontrado con la embarazosa situación presente. Cuando entró en aquel despacho con la templanza y el saber estar que dota a todo aquel que ha pasado por este trance en más de una ocasión, esperaba que los acontecimientos se desarrollaran de una manera bien distinta. Había calculado y estudiado cualquier pormenor que le pudiera pillar de imprevisto. Tenía bien aprendido el papel de entrevistado mayor de 40 años demandante de empleo. Su trayectoria laboral le otorgaba un bagaje profesional que le hacía no inquietarse lo más mínimo ante cualquier pregunta relacionada con su profesión con la que le intentaran sorprender, pero aún así se había estado informando de los últimos avances del gremio además de repasar las cuestiones más importantes en el actual desarrollo de su profesión. Su aspecto también había sido cuidado hasta el más mínimo detalle. Ni demasiado elegante, no fuera a parecer el entrevistador, ni demasiado desenfadado o con ropa en desacorde a su edad. Todo en su justo término. La noche anterior había intentado dormir bien para mantener la mente despejada, libre de toda preocupación que no fuera el lógico pero moderado nerviosismo que antecede a la posibilidad de por fin encontrar un trabajo. Por la mañana y al salir de casa y disponer de bastante tiempo antes de llegar al lugar de la cita, optó por ir en transporte público y caminar para templar, más si cabe, los posibles nervios que pudieran quedar sin control. Además, esto le ayudaría a estudiar los distintos escenarios posibles con los que se podría encontrar. Nadie podría decir que no se había preparado a conciencia, por lo que si aquel puesto de trabajo no era suyo no sería por falta de seriedad y buen hacer por su parte.

Pero allí estaba, en un escenario para nada previsto por más que hubiera estudiado y ensayado mil y una formas posibles. Porque por más que hubiera querido aquello era imposible de prever. No daba crédito ante aquella situación de lo más surrealista, imprevisible, ridícula pero sobre todo cruel. No encontraba palabras para hacerse una idea mental rápida que le permitiera salir de aquel embrollo sin recurrir a otros métodos menos ortodoxos. Y mira que él era rápido de pensamiento y de acción, pero aquello le estaba superando por completo. Hasta por un instante cerró los ojos, solo un segundo, tiempo suficiente para después, al abrirlos, que de la fugaz oscuridad volviera el orden. Que todo aquello no fuera real si no un sueño, o más bien una pesadilla. Pero no fue así, cuando volvió a abrir los ojos delante de él seguía la misma escena con los mismos intérpretes. Él, parado demandante de empleo y su entrevistador, o jefe y además dueño de la empresa contratante. Entre ambos una mesa de despacho color caoba. Su entrevistador sentado sin todavía mirarle. Él de pie no dando crédito a lo que estaba viendo.

La vida es un continuo movimiento de causas y efectos, ya saben aquello de que no hay acción sin reacción. Y la vida le había llevado al paro durante ya más de un año, y la vida como hay que seguir viviéndola a pesar de todo, le había obligado a buscar un nuevo empleo y en su búsqueda desesperada le había llevado a encontrarse con quien nunca hubiera imaginado. Pero este no era el efecto lógico o por lo menos el deseado. No, esto tenía que ver más bien con un mal de ojo, o el colmo de la mala suerte y eso que nunca creyó en estas cosas.

Porque sí, la vida es muy caprichosa a veces. O si llamamos a las cosas por su nombre es muy cabrona. Pues quien le iba a decir que allí, en aquél despacho de aquél impecable y nuevo y altísimo edificio de oficinas iba a estar sentado detrás de la mesa de caoba, con el mismo peinado engominado hacia atrás, con la misma cara de hijo de su madre de siempre y con el mismo gesto de desprecio, el que un año y medio atrás le había dicho que esto se había acabado, que ya no había trabajo, que la culpa era de la incompetencia y la baja de productividad de todos los empleados, menos él, claro, él era el jefe y dueño de la empresa. Él no tenía culpa de nada. Y no tuvo más remedio que tragar saliva y marcharse junto al resto de los empleados a la calle o al paro, si queremos ser más suaves. Sin indemnización alguna, pues el muy cabrón se había declarado en ruina. Y un año y medio más tarde le encuentra en aquél despacho como ofertante de empleo, de una empresa dedicada a lo mismo que hacía 18 meses antes y que cerró, según el dueño, porque los empleados eran unos inútiles y porque se había acabado el trabajo.

Ahora ya no había manera de escapar de aquel escenario que tanto había preparado pero que tan de improviso le había pillado. El cabronazo que tenía enfrente y que no hace mucho había sido su jefe, su patrón, ni siquiera se había leído el currículo donde estaban sus datos. Si hubiera sido así no estaría en esta situación, pero no, como siempre lo hizo, los currículos eran filtrados por su secretaria que también despidió y era nueva, más joven, y seguro más complaciente.

Cuando levantó la vista de los papeles que manipulaba con los brazos apoyados en la mesa de caoba y le vio, su cara cambió por completo. Mitad sorpresa, mitad desprecio, su mirada se quedó clavada en aquel parado que buscaba empleo. Ambos mirándose, el uno enfrente del otro, el uno sentado, al otro ni siquiera le había dado tiempo sentarse. Los dos en silencio. Pero no tardará en romperse. El silencio es, en estos casos el preludio de la tormenta. Y vaya que la hubo. Pero no como se pudiera imaginar. Pues no se dirigieron palabra alguna. Nuestro hombre en paro sin mediar palabra se abalanzó sobre el que antes había sido su jefe y empresario y agarró su cuello hasta el desplome. De rodillas el uno con el cuello sujeto, de pie el otro apretando con sus dos manos. Pero la sangre no llegó al río porque nuestro hombre en paro no es hombre violento a pesar de que las circunstancias le hayan hecho perder la razón por un instante. Igual que se abalanzó sobre el empresario lo soltó de inmediato dejando de apretar el cuello que tenía sujeto con fuerza, quedándose inmóvil durante unos segundos. Mirando con mitad lástima y mitad desprecio a quien antes fue su jefe como lloraba clamando perdón. Y eso le bastó, ya no quería el empleo, ya solo quería marcharse de allí con la misma dignidad con la que entró.

2 comentarios: