Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

lunes, 4 de noviembre de 2013

SUSURROS.



Nunca tuve vecinos. El piso contiguo al mío estuvo siempre vacío hasta que llegaron. Eran jóvenes, guapos, parecían felices. Un camión de mudanzas trajo los muebles y unos grandes baúles de los que se usan para guardar ropa.  Ellos vinieron en un coche de aspecto deportivo con tan solo dos maletas.

Desde el primer día no paraban de recibir visitas. Gente joven como ellos. En la escalera siempre encontraba restos de alguna de sus fiestas. Acostumbrado a la soledad, mi paciencia se fue agotando poco a poco. No soportaba ni los continuos ruidos, ni a la gente que entraba y salía. Pero sobre todo no soportaba su aparente felicidad. Debió ser eso y no otra cosa lo que me empujó a agarrar la escopeta tantos años olvidada y descerrajarlos un tiro en cada una de sus cabezas. Todo quedo ensangrentado. Sus sesos salieron despedidos. Sus caras quedaron con un gesto de terror imborrable.


Ya no tengo vecinos, vivo en una celda de aislamiento para presos con problemas psiquiátricos. Estoy solo como siempre quise estar, pero sigo escuchando risas y murmullos al otro lado de la pared de mi calabozo. Un día, además, creí escuchar “sabemos que tienes cáncer terminal”…


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