Como el hombre de negro que camina sobre un mar de nubes, de Caspar David Friedrich, dando la espalda a quien le contempla, a veces me surge la necesidad de hacer lo mismo. Dar la espalda a todo lo infame y maldito de este mundo y contemplar obnubilado solamente lo sublime de la belleza. Eso tan subjetivo y abstracto que nos eriza la piel y nos faltan palabras para describir lo indescriptible.
Porque la realidad es tan cruda a veces, o cocida, precocinada o más bien recalentada mil veces, que lo único que, sensatamente, cabe proceder es darle la espalda y continuar eperando a que aquella pelota que lanzamos al aire cuando éramos niños caiga, de nuevo, al suelo.
Welcome to the Inopia.
Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.
lunes, 5 de abril de 2010
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