Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

jueves, 15 de abril de 2010

De caza.

Lo que antes fueron huertas, campos de cebada y avena,
matojos y vegetación silvestre llena de bichos, ahora son
bloques de ladrillos y hormigón rodeados de asfalto.
Lo que más molaba de nuestras salidas, cruzada la frontera de la Avenida de las Ciudades, con fines lúdico-cinegéticos eran los preparativos. Primero las armas. Había que elegir convenientemente que tipo de artilugio armamentístico utilizábamos para obtener el máximo provecho de nuestra cacería. Aquel día de principios de verano nos decantamos por la ballesta, que no era otra cosa que una tablilla de unos 30cm de largo con una pinza de madera para la ropa en un extremo y con un clavo en el borde del otro. Después la municiones, que para esta ocasión utilizaríamos lo que nosotros llamábamos un chisme (el "muelle" de una pinza de tender la ropa) enlazado a una goma elástica. Cosa simple pero mortífera cuando impactaba contra cualquier desafortunado insecto que se cruzara en nuestras correrías. Dicho chisme sujeto por la pinza clavada en la tablilla y cuya goma estirada sujetábamos en el clavo del otro extremo componía nuestro armamento base. Tan solo había que apretar la pinza para que aquel chisme, debido a la tensión proporcionada por la goma, saliera disparado contra el objetivo elegido, que casi siempre era un desafortunado saltamontes, grillo, caballito del "diablo" (vulgarmente conocido como mosquito trompetero) o mariposa.Otras veces no hacía falta irse muy lejos para cazar, los propios jardines de la Avenida de España contenían una riqueza insectívora digna de ser tenida en cuenta. Tampoco eran siempre las ballestas las armas elegidas, cualquier artilugio que pudiera lanzar algo contra alguien o algo podía servir. Desde la boca de una botella de leche convenientemente separada del resto del envase y con un globo sujeto a la misma hasta el tradicional tirachinas, pasando por cualquier palo o hasta lo más sofisticado y artesanal que era construir con ramas de sauce (eran las más elásticas) un arco. Cualquier cosa, como digo, podía valer.No siempre teníamos como objetivo acabar con la vida de los pobres bichos al instante, en algunas ocasiones teníamos como misión el capturarlos con vida y, tras depositarlos en un bote de vidrio trasparente, esperar a que murieran agonizando por falta de oxigeno o alimentos. Eso sí, mientras esto ocurría no dejábamos de observar lo que al bicho, allí dentro, le acontecía introduciendo otros insectos cual circo romano se tratara. Tras leer lo anterior muchos pensaréis que casi era preferible acabar con ellos de forma inmediata tras el impacto de un mortífero chisme y no capturarlos con vida. Con el tiempo me hace pensar de igual forma, pero supongo que para las mentes de unos chavales de 12 años y de aquella generación no tendría, sin duda alguna, la misma emoción…Con el paso de los años esta crueldad manifiesta quedo transformada en militancia ecologista activa en alguno de nosotros. Lo que son las cosas, lo que es la vida…

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