Welcome to the Inopia.

Más allá de Orión, la Puerta de Tanhauser, los Cerros de Úbeda, la cara oculta de la luna, Babia y más lejos todavía de donde Cristo perdió el gorro andan a la deriva, o más bien naufragan, mis pensamientos y reflexiones sobre las más que recalentada realidad que nos abrasa todos los días. Por eso, cuando todo se emborrona y pareciera que nada tiene sentido, me exilio en la Inopia, lugar donde encuentro el hilo de Ariadna al que agarrarme si quiero encontrar la salida del laberinto.


Sitio desnuclearizado

domingo, 7 de noviembre de 2010

Sobre la visita papal.

Por más que uno no quiera caer en la tentación masoquista de leer la prensa diaria, más hoy con las ventajas que brinda para ello la llamada “Red de Redes”, no puedo si no rendirme al impulso irrefrenable de abordar últimas noticias, reportajes y artículos de opinión sobre la ardiente (yo diría que achicharrada) actualidad. Por más que no quiera puede más sobre mí la idea de que entre tanta ignominia, demagogia, crueldades varias, catástrofes, desaliento, mentira, corrupción y, sobre todo, falta de humanidad encontraré algún fragmento aunque sea diminuto y casi imperceptible que me devuelva algún resquicio por donde pueda entrar la esperanza, y si no puede ésta que al menos entre un pedacito de belleza, aunque sin ésta última creo imposible que se de la primera. Y digo esto porque este fin de semana además de la sensación de “sparring” que siente uno cuando se sumerge en el mundo de los medios, esta vez me sentí golpeado por un puño, sin guante, que más que mano cerrada sobre sí, pareciese un bloque de hormigón armado lanzado contra el centro de mi cara. Claro que la “mano de Dios” cuando golpea lo hace con toda su crudeza. Porque no puedo sentir otro cosa cuando leo o escucho las declaraciones de su Santísima Excelencia (Benedicto XVI), acusando al gobierno de este país de ejercer un “laicismo virulento y agresivo”. ¡Por todos los dioses desde el principio de los tiempos!

Porque mientras el Papa denuncia el laicismo sin escrúpulos del estado Español sin el menor recato ni vergüenza y se despacha a gusto con estas declaraciones, es recibido en lo que un día fue bautizado por el fascismo como “tierra santa”, con toda la pleitesía, digna de reyes de antaño, por parte de todas las autoridades civiles (y militares). Y esto es capaz de decirlo pese al financiamiento y privilegios fiscales de la Iglesia, y sin que su Santidad caiga en la cuenta de que se sigue manteniendo el concordato de origen franquista que impone la presencia clerical en la educación y hasta en el ejército, además de contar con el apoyo incondicional de toda la monarquía en pleno y del principal partido de la oposición. Obviando, también, por supuesto, los más que mayoritarios días festivos de índole católica, los honores que reciben santos y vírgenes por la mayoría de los alcaldes (sean del partido que sean) y “personalidades” de distinta procedencia en todas las fiestas patronales a lo largo y ancho de la geografía española, etc. Pero la insatisfacción mostrada por Benedicto no tiene límites, pues además de toda la arenga inquisitorial con la que se despachó no pudo marcharse sin denunciar la amenaza que, según él, supone para la familia (evidentemente para la familia según los cánones católicos) tanto “libertinaje” laico, aunque esté amparado por leyes, tan humanas, como las que dicta la mayoría de los miembros de un parlamento elegidos por el pueblo soberano.

Y eso que no me cuesta reconocer que hay que superar la concepción de la religión como un asunto privado que no ha de tener ningún papel en los debates sociopolíticos y culturales y que ésta es una cuestión pública y, como tal, las confesiones religiosas tienen todo el derecho a participar. Y reconociendo también que la comunidad católica es plural y por tanto es de justicia valorar como se merece el rol positivo que ejercen muchos de sus integrantes y grupos, pues desde la lógica de la laicidad, cabe apelar de igual modo a una apertura a las aportaciones éticas de las religiones, como postuló Aranguren, y a una mayor atención a la racionalidad de las convicciones religiosas como propone Habermas. Pero por otra parte, no debemos olvidar que las mayores diferencias sociales e ideológicas y quienes más han activado en los últimos años el enfrentamiento cultural y ético con claras repercusiones en las decisiones políticas han sido la Conferencia Episcopal y el sector católico que sigue a pie juntillas sus recomendaciones.

Quizás en un futuro, esperemos no muy lejano, sepamos convivir sin agresiones tanto ateos, agnósticos, laicos y creyentes (sea cual sea la religión que profesen) sin alterar ninguna de las libertades cívicas que como ciudadanos de derecho tengamos para bien dotarnos. Por eso, sería bien recibida como postula F. Sabater “una ley de libertad religiosa a la altura de nuestra realidad social y del siglo en que vivimos. Para que los creyentes puedan ejercer a título personal su religión al modo que prefieran, siempre que no conculquen las leyes civiles... y, sobre todo, para que los no creyentes o los que creemos otras cosas no tengamos forzosamente que sentirnos avasallados por la fe de nadie”.

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