
Cansado de tanto soportar saltos, revolcones, maltratos varios, migas de pan y manchas de todo tipo concluyó que su paciencia había llegado al límite. No sabía muy bien como terminar con todas aquellas faltas de respeto y mala educación. Su noble procedencia, no obstante su abuelo había vivido hasta el final de sus días en un palacio perteneciente a uno de los Grandes de España, le impedía usar métodos que se pudieran considerar, digámoslo, poco elegantes. Pero su inquebrantable hasta entonces serenidad y buenas maneras habían tocado fondo. Desde ese mismo momento -pensó- que al menor atisbo de mal comportamiento acabaría de una vez, y para siempre, con tanto desorden e indisciplina. Sobre todo cuando lo que se ponía en juego era su bella piel y una tonalidad cromática que le habían hecho ganarse a pulso el honorable título de mueble más elegante del salón. Así, el viejo y respetado sofá de cuero, encogiendo todo lo que pudo sus elegantes y mullidas formas, tomó el impulso necesario para provocar la caída de bruces de aquellos odiosos y maleducados niños que tan poco respeto le tenían.
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